Almería

Los Elegidos: un relato corto navideño

  • Aquel Portal de Belén fue su puerta de entrada al Ejército

Ilustración del relato

Ilustración del relato / Nuria García

Él no debería haber sido soldado. Un problema físico se lo impedía, pero lo cierto es que lo fue. Tuvo una brillante carrera militar, numerosas condecoraciones, misiones y el cariño y el reconocimiento de sus compañeros.

Planeábamos juntarnos por Navidad, como todos los años desde que la edad nos hizo abandonar la Legión. Recuerdo que siempre me dijo que se sentía especialmente orgulloso de formar parte de “los elegidos”. Por desgracia, esa última reunión no contó con su presencia, dos meses antes su corazón dejo de latir.

 “…Que el pecho adorna el vestido”, solía decir recordando al gran Calderón,  mientras mostraba la enorme cicatriz que un  perro rabioso le dejó en el pecho una fría noche de invierno, en pleno campo, al tratar de impedir que el animal enfurecido se abalanzara sobre su madre. “Orgullo de estar ahí para proteger a lo más querido”, me había confesado en la intimidad, ante mi insistencia en querer saber cómo se había hecho semejante destrozo. A lo que añadió sonriendo, “ningún tatuaje de esos que llevan ahora los chavales es tan bonito”.

 “¡Me da igual que sea o no Navidad, quiero un Portal de Belén en su funeral, junto a su ataúd!”, dije de forma apasionada a los compañeros de nuestro querido subteniente legionario Paco Otero, mientras preparábamos los detalles de su funeral. Raro sí, desde luego, pero a Paco siempre le importó muy poco lo que pensaran los demás.

Fue una Navidad de un año del cual no quiero acordarme, su mirada extraviada, su pecho cicatrizado al descubierto y  su predisposición a ser el primero en todas las pruebas me llamaron la atención. Éramos dos jóvenes de apenas 20 años,  “de pueblo”, con escasa formación, que deseábamos formar parte del Ejército, y  la Legión andaba buscando aspirantes. Una gran oportunidad para labrarse un futuro y salir del municipio.

Su cortijo estaba cerca del mío en Tabernas, en pleno desierto almeriense, pero apenas le conocía, solo  había oído decir que era un tipo muy trabajador y valiente (supongo que sería por lo del perro). Aquella mañana íbamos a realizar el reconocimiento médico. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina y, por eso, había en el botiquín algunos adornos navideños, ente los que destacaba un pequeño Portal de Belén. Las pruebas físicas las habíamos superado el día anterior. En el intento de subir los 15 metros de cuerda a pulso, fue donde eliminaron más aspirantes. Sus horas de trabajo en el campo se notaron, y Paco la subió con una soltura que sorprendió a los monitores. El resto de jóvenes de su pueblo no tuvieron la misma suerte y cayeron en esta u otra prueba.

No me había dirigido la palabra hasta ese momento, básicamente le vi abstraído mirando el Portal de Belén. Pero yo era el único entre los candidatos que le interesaba y pronto iba a descubrir por qué. Estábamos esperando nuestro turno para pasar la revisión con el oculista. La clásica tabla de letras y números que cada vez se van haciendo más pequeña. Ya había notado que tenía un ojo un poco raro, pero pensé que era bizco. Pues no, era un ojo de cristal y, evidentemente, esa limitación en la visión le impedía ser militar. Se acercó hasta mí.

Ilustración del relato Ilustración del relato

Ilustración del relato / Nuria García

-Escúchame, escúchame atentamente- me dijo en voz baja-. Te necesito, los de pueblo nos tenemos que ayudar.

-¡Cómo!- le respondí sorprendido.

-¿Sabes por qué está aquí este Portal de Belén? –me comentó aumentando mi intriga-. Para ayudarme. Estuve a punto de dejarlo, de no venir, pero mi madre me dijo que siempre hay que intentarlo, que habría alguna señal para los elegidos….Y la he encontrado-concluyó mientras me señalaba el Portal.

“Los elegidos”, ¿de qué hablaba?”, me quede reflexionando sin entender nada. Permanecimos callados mientras la fila de jóvenes para realizar la prueba con el oculista avanzaba. No teníamos mucho tiempo.

-Tú vas justo delante de mí y quiero que entretengas al médico, que le hagas preguntas, aunque sean tontas, para que cuando llegue conmigo esté un poco despistado. No puede descubrir mi ojo de cristal, ¡entiendes! –me explicó en un tono difícil de definir.

-Pero y… ¿qué pasa conmigo?... ¡y si se cabrea y me echa!- le contesté muy extrañado.   

Lo cierto es que no sé por qué motivo, le hice caso. Al llegar mi turno, comencé a leer la fila de letras  que no correspondía, a hacer un chiste malo y, cuando la cosa estaba un poco tensa, aflojé y leí correctamente lo que me pidió el doctor, aunque conseguí nuestro objetivo de ponerle nervioso.

 Luego, llegó el turno de Paco. Yo no sabía cuál era su estrategia, pero tras leer acertadamente en sus diferentes tamaños las letras y números con su ojo izquierdo mientras se tapaba con la mano su ojo derecho, el de cristal, tocaba cambiar de ojo. El médico le pidió que se tapara el ojo izquierdo, el sano, sin embargo, con mucha picardía, en lugar de tapar el bueno, tapó de nuevo el de cristal, pero cambio la mano izquierda por la derecha, lo cual, tras tantos aspirantes vistos sumado a  los deseos de acabar, despisto al oculista. De esta forma, leyó de nuevo con su ojo sano, el izquierdo. Había conseguido pasar. La  primera de nuestras miradas cómplices, se había producido. 

Años después, con una sólida amistad ya consolidada a base de muchas horas compartidas, llegarían muchas más miradas. De hecho, a Paco le gustaba buscar los ojos a la gente, solía decir que “Lo que hay detrás de la mirada de un amigo nos ayuda a ser mejores. Al mirar a los ojos directamente las mentiras se arrugan, y yo tengo un ojo con capacidad doble”.

Fue la misma noche en la que me contó lo del perro, cuando me explicó aquel extraño vínculo con el Portal de Belén. Sin duda, el dolor por haber perdido recientemente a su madre, las cervezas acumuladas en su cuerpo y la gran amistad que nos unía provocaron que intimidades que nunca habría desvelado llegaran a mis oídos. Recordando aquella mañana en la que por primera vez me habló, respondió a mi pregunta sobre su anómala inspiración el día del oculista.

-Aquel Portal de Belén fue mi puerta de entrada al Ejército.

-Pero… ¿Qué tenía, tienen los portales?

-Allí están “los elegidos”.

-¡Los elegidos!

-¡Sí!

- En un Portal de Belén están el buey, la mula, San José, María y el Niño Jesús.

-Ya lo sabemos todos.

-Forman la familia del Portal. La familia de “los elegidos”, que son parte esencial de nuestra fe y de la Navidad. Representan el nacimiento de Jesucristo. Son nuestro ejemplo de amor y superación.

-No entiendo nada. ¿Por qué “los elegidos”?

-Todos sabemos que los bueyes no pueden ser padres, ya que es un animal castrado.

-Cierto.

-Una mula no puede ser madre, al ser un animal hibrido resultado del cruce entre una yegua y un burro.

-Nunca lo pensé.

-San José no es el padre biológico del Niño y María es virgen.

-Comprendes porqué son “los elegidos”. Sin embargo, todo sucede muy rápido. María hace un último esfuerzo, el Niño llora alegre anunciando su nacimiento, San José sonríe aliviado, la mula rebuzna contenta. Una preciosa luz resplandeciente  informa a los pastores del nacimiento del Mesías.

-¿Y el buey?-le pregunté.

- ¡El buey! El buey se dirige a la entrada  del Portal para montar la guardia, para dar seguridad como si todavía fuera un poderoso toro, preparado para entregar la vida por su familia, que es nuestra familia, ya que todos somos hermanos, hijos de una misma creación. Todos podemos vencer las dificultades –expuso de forma contundente.

El día de su funeral el desierto almeriense brillaba más que nunca. Nosotros, sus compañeros de armas, el grupo de legionarios,  éramos lo más parecido a  la familia de Paco, que había entregado su vida a la Legión. Era como un hermano. Únicamente le relacionamos con un desconocido sobrino que solo se interesó por la escasa herencia que pudiera corresponderle. Preparé todos los detalles con máximo esmero. No era Navidad, pero el  Portal de Belén ocupaba un espacio preferente, con cada una de sus figuras impecables. Los asistentes miraban el Portal del mes de octubre con sorpresa, curiosidad, desconociendo el verdadero motivo de su presencia, pero admirando todo su brillo y esplendor.

También descubrí que ese mismo día, en el que salvó a su madre del feroz ataque del perro, fue cuando perdió su ojo derecho, enfrentando su mirada a la de un animal enrabietado.  Y es que, quizás, alguien quiso que él formará parte del exclusivo club de “los elegidos”. Esos a los que su fe y amor a los demás les hacen vencer cualquier obstáculo para estar, para cumplir su misión.

Tenemos un cielo tan piadoso que no envía el daño sin el remedio.

 Pedro Calderón de la Barca

¡FELIZ NAVIDAD!

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