Almería

Lamento de Saetas (VII)Exaltación en el Apolo (II)

  • lSi Andalucía es risueña por Navidad, también saber interiorizar la Pasión del Nazareno

Con Cristóbal Muñoz 'Joselito'.

Con Cristóbal Muñoz 'Joselito'. / diario de almería

Con el deseo de que estos días hayan transcurrido con normalidad y gozo para nativos y forasteros que nos visitan (cada vez más), concluyo las contraportadas semanasanteras. Monográficamente dedicadas este año al "cante por Saetas", resumo mi exaltación en el novedoso acto convocado por la Agrupación de HH. y CC. la noche del 21 de febrero de 1998 en el teatro Apolo.

"El acontecimiento que hoy nos convoca no resulta flor de un día. Los pocos documentos que se conservan confirman que ya en el siglo XVI los frailes franciscanos musitaban saetas en víacrucis alrededor del convento grande de San Francisco, en Sevilla. Quizá como evocación a los viejos hábitos adquiridos en sus misiones de Jerusalén y Lugares Santos.

Aunque no sea momento ni lugar para hacer una exposición del largo periplo recorrido, dejemos constancia de las coplillas lúgubres entonadas por los Hermanos del Pecado Mortal tras el rezo de la Novena de Ánimas. O de las formas salmodiadas y sin relieve que se prodigaron en el s.XIX. Todo ello antes de llegar a las flamencas y artísticas ya en los albores de la anterior centuria. La saeta es entrega, valentía y coraje para encarar el difícil tercio de la seguiriya o el no menos arduo remate del martinete. Dificultad aumentada por las circunstancias adversas en que el intérprete tiene que desenvolverse al aire libre. Más aún al no contar con el apoyo tonal y melódico que proporciona la guitarra (…).

Si Andalucía es risueña por Navidad, también sabe interiorizar la Pasión y Muerte del Nazareno. Pero del dolor ante el drama místico humanizado hay que desembarazarse antes de que el corazón se rompa. Y los andaluces, los almerienses, lo hacen de la forma más sencilla: cantándoles al dolor. Directo, sin intermediarios. Como solo un pueblo milenario puede y quiere hacerlo. Muestra sabia y tangible de una religiosidad popular inteligentemente entendida y que la sensibilidad de poeta nos proporciona en forma de copla. Y es que señores, cuando la pena se canta, es menos quebranto la pena

Es un grito del corazón

que al pasar por la garganta

se convierte en oración

y hasta el cielo se levanta

CUATRO CANTAORES Y UNA BANDA

Bienvenidos sean al recoleto teatro que tantos recuerdos atesora entre sus remozadas columnas. Al coliseo que nuestros mayores erigieron en la antigua rambla de Hileros como templo cobijador del Arte, según el proyecto arquitectónico del afamado Enrique López Rull. Teatro en el que aplaudieron desde el drama calderoniano "La vida es sueño", de la jornada inaugural, a los conciertos de Francisco Tárrega, tañedor de una magnífica guitarra salida de las geniales manos del cañaero Antonio de Torres Jurado. A este Apolo reconvertido en Café Cantante que en el ocaso de 1896 acogió al malacitano Juan Breva, aquel de quien García Lorca dijo que tenía cuerpo de gigante y voz de niña. Esta noche nos arrebujamos ante sus nobles muros para deleitarnos con la música sacra y el buen hacer de cuatro paisanos en el siempre difícil ejercicio del "cante por Saetas". Madurez y juventud conjugadas bajo el común denominador de sentimientos afectivos.

Cuatro artistas que todas las primaveras ascienden las escaleras del Arte a rogarles con encendido lirismo a crucificados y vírgenes. A esos nazarenos y dolorosas que, en noches plácidas, procesionan calles y plazas durante las estaciones de un víacrucis rememorador.

Momentos efímeros en el tiempo y espacio. Preñados de sensaciones, color, calor, olor y luz. Flores y cera, plata, oro, caoba e incienso; jarrones, varales y arbotantes candelabros; canastillas, respiraderos, cartelas, gubias y cincel; bordados palios y calvarios de rojos claveles. Mantillas, costaleros, ciriales, marchas solemnes, tambores y cornetas, saetas... Belleza en suma.

Y para comenzar, sin más preámbulos ya que todo el protagonismo debe recaer en los invitados, nada más gratificante que deleitarnos con una banda de música. Recientemente formada y ensamblada bajo la batuta del maestro Juan Montserrat: la Asociación Musical "San Indalecio", de La Cañada de San Urbano. Que los sones de Amargura, unos de los más exquisitos pentagramas de Manuel y José Font de Anta, sirvan de preludio gozoso (...) Tras la brillante apertura demos paso al cante hecho oración, al lamento lleno de jondura… ".

A partir de ésta -a la que siguieron tres composiciones más- fui dando entrada al escenario sobriamente decorado a los cuatros cantaores anunciados; artistas que generosamente se prestaron a la invitación de la Agrupación (presidida por Manuel Martínez Ramírez) y mía. Se trataban, tal como adelanté en el capítulo de ayer, de Anabel Navarro, José Sorroche, Cristóbal Muñoz y Niño de las Cuevas. De cada uno de ellos hice la pertinente semblanza personal y profesional; destacando sus advocaciones predilectas o rasgo peculiar. A modo de ejemplo, antes de cerrar el acto y agradecer la masiva asistencia y el respetuoso silencio: "Y para consumar el ritual nada mejor que un reconocido temprano, un singular taranto, abanderado de las señas estilísticas más autóctonas. Un cantaor santo y seña de las últimas décadas. Año tras año nos hemos estremecido ante el desgarro sin concesiones ni alivios de las saetas de un convecino nacido en la calle de Ntra. Sra. de las Mercedes, a la vera misma del coso taurino de Vílches, donde La Macarena se entroniza. Él es depositario de viejos saberes legados por míticos trovadores. Su trayectoria poética transita por fandangos que huelen a Campos de Níjar, tarantos y tarantas que nos hablan de plomo y palta, de uvas doradas y de la Virgen del Mar. O bien de peteneras henchidas de misterio y melancolía. Con ustedes, sin más, Pepe Sorroche".

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