Almería

OTRA PATÁ AL CELIA VIÑAS. Pinturreo en el viejo instituto de Almería

  • Respeto por la historia. Desde la construcción del insigne edificio, el Instituto celia Viñas ha ido sufriendo una intervención tras otra afeando su porte y dignidad

OTRA PATÁ AL CELIA VIÑAS. Pinturreo en el viejo instituto de Almería

OTRA PATÁ AL CELIA VIÑAS. Pinturreo en el viejo instituto de Almería / D.A.

La portada es el elemento más importante de un edificio, por donde nos acoge y nos rechaza, abre o cierra su alma, de ahí que desde tiempos remotos se realce: con la pequeña moldura en la humildad, o con el arco triunfal romano o el retablo en la grandeza, que este es el caso del Celia Viñas: una portada de columnas dóricas que sensibiliza, y cómo, esta grandiosa obra del monumentalismo neo académico.

Para albergar a la escuela de Artes conseguida en 1886 por don Carlos Navarro Rodrigo, una real orden de 1907 concede a Almería la ejecución de un edificio que la albergue con dignidad, una realidad para después de que pasen veintitrés años y mil cosas. Pero no voy a contar la Historia de un edificio; eso ya lo hice en un trabajo publicado por El Instituto Celia Viñas en 2000. Ahora les quiero hablar de cuando me planté ante la puerta, y transparente e intemporal vieja al visillo, observé durante una década el entrar y salir de los que fueron parte de la vida del edificio, en su gestación y en sus primeros pasos.

De Duque de Sevilla, que ese nombre usaba de incógnito, he tenido a mi lado a Alfonso XIII; apura su reinado y mira el edificio coronado por el escudo de sus ancestros, todavía sin mutilar. Satisfecho, aún cree recordar su real orden de creación de 1907 y hasta sabe de lo inútil de la subasta de 1922 que desierta por su cuantía llevó la obra a contratación.

Un día de 1930 se presentó desde Madrid don Carlos López Redondo, gran pintor, discípulo que fue de Casado del Alisal; observa el edificio, se retuerce el bigote y echa a andar; va a ver la placa del malecón con la que la ciudad premió en 1910 su dedicación al proyecto, desde la cátedra y la dirección perpetua de la Escuela de Almería de 1892 a 1917.

Delante de mí don Joaquín Rojí, (1878-1932) padre del edificio por ganador del concurso en 1910; lo sé arquitecto en Madrid con una concepción moderna de su arte; toma notas y habla con el ayudante sin mirarlo; algo estirado abona la imagen de "hueso" que tiene entre sus subalternos.

Don Joaquín López Murcia, maestro de obras, guiña los ojos en busca de detalles; se le ve satisfecho con el trabajo, ajeno a la cita que para 1931 tiene con la muerte tonta en la inauguración del puente de Fondón; con él va don Salvador Carmona autor de la forja artística.

Cuando en octubre de 1931 lo visita el ministro don Marcelino Domingo, lleva el edificio más de un año concluido pero cerrado: no encuentra la política el modo de bautizar republicana una obra tan monárquica. Amenaza de huelga estudiantil y la noche del 30 de noviembre de 1931 recibe al alumnado; Si música ni ministro ni autoridades, la inauguración está aquí, en la puerta, donde una multitud de alumnos pugna por entrar, entre los que identifico algunos de los llamados a descollar: Jesús de Perceval, Manolo del Aquila, Nicolás Prados, Cecilio Paniagua…

Recuerdo la salida del primer claustro: ante los primeros peldaños de la escalinata, hoy tapados, charlan los profesores; de noche, solo alcanzo a ver a los de mi cuerda artística: don Antonio Bedmar, de Vaciado; don Nicolás Prados, de Escultura, don Santiago

Granados, de Modelado, don Juan Cuadrado, de Dibujo artístico, don Rafael Barco, de Música…

Fue llegar en 1932 don Francisco Payá Sanchís de director y advertí que la Escuela comenzó a vivir su etapa más brillante. La visita del arqueólogo Siret en 1932, quién trae la propuesta de ubicar en el centro el Museo Arqueológico; la del célebre cantante Miguel Fleta en 1934; la de Eduardo Chicharro, exponente de la pintura costumbrista...

Gozó en la Guerra el privilegio de luchar en los dos bandos el 20 julio de 1936, "el día de los tiros": los disparos desde sus ventanas iban contra los guardias de asalto que acudían a defender el gobierno civil y horas más tarde, desde su azotea, eran republicanos los tiros que trataban de contener a los sublevados; a mis pies la calle sembrada de casquillos de bala, luego convertidos en pitos por la magia infantil.

Un amanecer de 1937 un gran estruendo con lluvia de cristales, sobresaltó mi duermevela, no vi nada pero pronto supe que por la fachada de la Rambla había entrado en el edificio un obús alemán como "Peter por su haus". Aún herido siguió ofreciendo refugio a todo el barrio, cada vez que sonaba "el pito" de la antiaérea.

Un día de 1939 presencié la salida de un abatido Payá, tan buen director como pintor, visto con recelo por la nueva situación y en su lugar se puso a don Francisco Taramelli. Al poco le tocó a Bedmar, profesor de Modelado cuando era el mejor pintor costumbrista que dió Almería…

Aquellos cambios fueron anunciadores de tiempos de penurias; a todas horas vi al conserje Cervantes ayudar a su parco sueldo vendiendo a 25 céntimos el cántaro el agua de lluvia del aljibe, única capaz de sacar espuma al "jabón de palo" con el que lavar la cabeza.

Por curiosidad subí con Franco -nadie me veía- a la exposición de 1943; indiferente a todo, solo se alegró ante la máquina de tren construida en la Escuela y entonces recordé sus óleos de locomotoras y pensé en qué hubiera sido de la Historia de haber seguido, en vez de la militar, su vocación ferroviaria.

Un día de 1951, cumplida ya mi década de vigilancia, vi venir en la calle una mujer, traje de chaqueta, moño recogido y cargada de libros; cuando la tuve cerca descubrí que se trataba de doña Celia Viñas, catedrática de Lengua desde 1943, y entonces me dí cuenta de que el Instituto había tomado por permuta posesión del edificio de la Escuela de Arte... y me retiré.

Pensando estoy en volver a la puerta para impedir la entrada a los memos que en la radio oí calificar al edificio de "franquista"; a los que atribuyen la obra a no sé qué señora generosa; y, sobre todo, a los agresores de su portada a la que dañaron ha poco con una fea rampa y ahora, sin respeto alguno a tanta Historia, la han pinturreado de colorines, dando así, a lo tonto y en toda la boca, otra patá al Celia Viñas.

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