Almería

Pasión hotelera

Pasión hotelera

Pasión hotelera / D.A. (Almería)

Pasión veraniega…, nunca pensé llegando al proemio de la plenitud de la vida, que me iba a enamorar tras un almuerzo en un restaurante, un restaurante en el interior de un sibarita hotel de nuestro sur peninsular. Con unas vistas inigualables, viendo el azulado mar mediterráneo con su sonido placentero, en un día de mucho duende y embrujo, con un sol que calentaba pero templadamente, y que permitía que los efluvios de un excelente vino de la zona alpujarreña hiciese todo lo demás.

La palabra, el verbo, se tornó emoción y sentimiento, y unas gotas de simpatía y sociabilidad coadyuvaron a enfatizar gestos, miradas, silencios, y tras ello... había que descender en el amplio ascensor acristalado con arritmia cardiaca hacia el minimalista y luminoso hall, una vez finalizada la velada artística, salvo que se quisieran recorrer con mortificación más de doscientos escalones a lo largo de siete plantas de gran verticalidad holística.

Todo entorno de gran prestancia y confort fue lo qué decidió que la llama de la pasión se encendiera, que la ilusión esperanzadora del corazón amoroso se convirtiera en un enamoramiento pasional del alma que ambos buscaban, tras un año de tribulaciones sanitarias, él y ella, ella y él, entre sus ojos lacrimosos y cálidos labios el momento propicio para poder ausentarse, pero no lo encontraban, estaban imanados junto a la circular mesa de brocados manteles y el fulgor tenue chispeante de tres largas velas de color cárdeno.

El tiempo pasa, pasa el tiempo, y el espacio también, todo tiene su momento, o se aprovecha o se diluye para quedar en el rescoldo de la nostalgia y la melancolía. Solo tenían una ocasión para poder testimoniar su amor pasional, viajar hacia abajo solos en el ascensor de doble puerta, sin hacer escala en ninguna planta, o subir al ático a fumar como método de acercamiento, pero ninguno fumaba, aunque en ese momento no les hubiese importado dar unas cuántas caladas a un negro “Ducados”.

Seguía discurriendo las tibias conversaciones, entre sonrisas, lindas y bellos dejes de anécdotas e inquietudes, que hacían que el mariposeo estomacal avanzase con una intensidad plausible, loable, etérea,... Cada vez quedaban menos comensales, y la sequedad en el paladar y los ademanes de cierto nerviosismo tensional emocional hicieron sus estragos.

Al unísono se levantaron como sonámbulos, traspuestos, yendo a paso corto tambaleantes, camino del artefacto elevador, parecían un cortejo procesional al ritmo monacal místico con el único eco sonoro de la campana del tilín-tolón que avisa en cada planta al pasar, hasta llegar a que sería el vestíbulo de planta del recogimiento de ambos en su soledad unívoca, convertidos en un solo cuerpo y espíritu.

Estaban atónitos, les había tocado la lotería de la plenitud de la impronta del amor, y sin perder la compostura, todo caballerosidad, él cedió su paso a ella, y ella no tuvo fuerzas ni para decir, “gracias estimado y apreciado…..amigo del alma y del corazón”.

Antes de cerrarse la puerta, ambos estaban en el más allá, tocando con ascético pensamiento el cielo, una simbiosis de extenuación frenética, de besos, abrazos, suaves tocamientos faciales, todo era sublime, extraordinario, celestial, divino, fueron minutos que sabían a sensible gloria, a gloria humana y divina. Bajaban, pero a su vez, ellos subían al “séptimo cielo”, que bella estampa amorosa. ¡Qué bello es el mágico amor carnal desde el corazón, la razón y la trascendencia!

Nunca habían podido pensar en tales coincidencias mutuas, no solo habían almorzado con gran gusto por la exquisitez de los productos ofertados por el maître, sino que pusieron su colofón personal a un reencuentro desde hace más de diez años sin verse, un encuentro providencial, una vuelta al recuerdo de esa siempre eterna juventud de un pasado espléndido, que se hizo presente, pero que no podría hacerse futuro, ambos tenían suscrito un contrato de matrimonio canónico y civil, pero los segundos que duró la marcha del ascensor dieron rienda suelta a la imaginación, que fue aliviado para una mayor concentración tras haberse ido la luz.

No se lo podían creer. Estaban solos en un ascensor con todas las comodidades posibles: aire acondicionado, asientos para sentarse e incluso una pequeña televisión donde proyectaban vídeos de música, qué más se podía pedir.

Veinte minutos, veinte minutos de aislamiento socializado del mundanal ruido. Veinte minutos que parecieron una eternidad placentera, pensaron que ojalá nunca los socorrieran y se quedasen ahí, y trasladasen la cabina del ascensor como en esa película del actor de los años setenta, a un lugar recóndito, alejado de lo urbano, para estar de por vida unidos a la naturaleza del auténtico amor, y dejar que la amistad y el cariño quedase para otras parejas.

Pero no fue posible, a los veinte minutos, todo había llegado a su fin, se abrieron las puertas, y con un sudor húmedo y un lagrimeo fruto de la separación, aunque muchos pensaron que ese estado físico era debido al cuadro de ansiedad producido por la situación anómala vivida. Qué error de apreciación. En ese Gran Hotel sirvió para visualizar con fidelidad al tiempo y al espacio que amor nunca termina por desaparecer, que siempre permanece intacto, incólume, y que la amistad y el cariño, sin son comportamientos sentimentales que sin pasión terminan etéreamente difuminados y con convulsión.

Al salir a la calle, ambos, con intermitencia precordial, echaron un vistazo por última vez esa fachada con la que esperaron otro tanto tiempo sin igual en hacer realidad, en llevar a puro y debido efecto la terrenal pasión hotelera, mejor decir, “amor hotelero”.

La sabiduría del amor era que todo lo que con amor se hace está permitido en la imaginación, que no en la realidad virtual o material. Todo fue un cálido y bello sueño entre mares, despertado con la llamada del servicio de limpieza a la puerta 105. Se había acordado él que no había puesto el cartel “no molestar, ocupado”. El sueño desértico se transformó en pesadilla aireada. ¡Vaya pasada!, pensó, alguna vez sería un sueño real y práctico.

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