Almería

"Recogí un paracaídas sin saber que era radiactivo"

  • Manuel Sanmartín presenció el accidente de los dos aviones desde un petrolero que viajaba al Puerto

  • Era el más joven de la tripulación y tuvo que recoger una de las lonas que cayó al mar

  • Nunca ha vuelto a Almería

Un bombardero B-52 en regreso a Estados Unidos después de que el mando militar decidiera que no se iban a lanzar las cuatro bombas atómicas que transportaba en su bodega, una maniobra habitual que se repetía día y noche en la etapa más difícil de la Guerra Fría entre los años 1958 y 1968, era abastecido en pleno vuelo el 17 de enero de 1966 sobre el mar picado y azul de la costa almeriense de Palomares por un avión nodriza. Una fuerte explosión, seguida de una lluvia roja y negra producida por el carburante en llamas de la aeronave cisterna procedente de Morón de la Frontera, acabó para siempre con la tranquilidad de una pedanía conocida por sus sandías, lechugas y paradisíacas playas. El accidente propició la caída de las cuatro bombas termonucleares (65 veces más destructivas que las de Hiroshima), siendo dos las que liberaron sobre Palomares más de veinte kilos de plutonio altamente radiactivo. Muchos habitantes, ya acostumbrados a ver como los aviones respostaban desde el aire, presenciaron el trágico episodio, pero pocos pueden relatar a día de hoy que, más allá de ser testigos, se jugaron la vida, sin saberlo, en la recuperación de algunos de los materiales contaminados.

Manuel Besada Sanmartín, de 74 años, recogió un paracaídas que flotaba sobre el mar. Aquella mañana iba enrolado en el petrolero Camponegro, de la empresa Campsa, en el trayecto de Canarias al Puerto de Almería con la gasolina refinada. Entonces, a sus 24 años, se encontraba en el puente de mando, con el timón del buque frente a la desembocadura del río Almanzora, entre Villaricos y Palomares.El destino sitúo bajo los dos aviones a este meañés, hoy vecino de Lores (Palencia), como fedatario excepcional del mayor accidente nuclear de la historia de España. Relata que iban tan juntas que creyó que se trataba de una exhibición aeronáutica. Pero no fue así. Tras la explosión, grandes pedazos de metal incandescente se precipitaron con violencia sobre el suelo, al tiempo que descendían distintos paracaídas sobre mar y tierra. "Los aviones se tocaron y cayeron en picado. Al momento se levantó una gran nube negra con partículas centelleante y al fondo vimos dos focos en llamas y humo en la costa", argumenta Manuel Besada. "En aquel momento no nos imaginábamos el alcance de lo que estaba ocurriendo", añade. Y tanto, no conocieron la realidad del siniestro hasta leer la prensa días después. "Vimos caer varios paracaídas, algunos vacíos y otros no sabíamos sin portaban objetos o tripulantes".

Pero no sólo presenció, como otros barcos que faenaban por la zona, sino que decidieron jugar un papel más activo. Tras avisar por radio a las autoridades marítimas, decidieron recoger un paracaídas que había flotando a pocos metros de su posición a cinco millas de la costa. El meañés recuerda que el capitán recibió la orden de auxilio y ordenó parar máquinas porque "teníamos un paracaídas naranja cerca". Decidió orillar el barco y como Manuel Besada era el más joven de la treintena de marineros, le pidieron que bajara a recogerlo sin pararse a pensar en las consecuencias de su acción. "Con una escalera de gato por el costado del barco descendí hasta el nivel del agua y con la ayuda de un bichero logré acercar el paracaídas y comprobé que no había nada ni nadie sujeto. Me lanzaron un cabo dese la cubierta para que pudiera atarlo e izarlo, pero al sacarlo con cuidado se precipitó todo el agua del paracaídas sobre mi cabeza y me empapó por completo la cabeza". Una vez completado el encargo, no le dio importancia a lo ocurrido hasta que un año después se le empezara a caer el pelo y le salieron manchas en la zona que se mojó. "Nunca me hicieron un diagnóstico relacionado con el material radiactivo que me pudo salpicar, pero al salirme calvas en la cabeza de modo de ronchas pensé que era por el paracaídas". Con el tiempo se recuperó sin más y no volvió a sufrir patologías de origen desconocido, sintiéndose hoy afortunado de seguir vivo. "Un tiempo después lo hablamos en el barco y también con mi familia. Pudo haber sido una catástrofe y nos habría cogido en primera línea y borrado del mapa de un plumazo. Si llegan a reventar las bombas media Almería se habría destruido y nosotros seríamos polvo".

El buque Camponegro estuvo en torno a hora y media frente a la costa del Levante hasta que llegó la orden de seguir su camino hacia el Puerto. Allí fueron recibidos por un grupo de personas que, si bien no recuerda a qué organismo pertenecían, recogieron el paracaídas en cubierta y se lo llevaron en una furgoneta. "No volvimos a saber nada más, ni siquiera lo que realmente había pasado", ironiza. Así acabó su historia con el mayor accidente nuclear de nuestro país, un episodio que aún presenciando no llegó a conocer hasta poco después. "Nos enteramos después, por lo poco que se publicó en prensa, porque con la dictadura todo quedó silenciado y minimizado", concluye Manuel.

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