Filicidio en Huércal de Almería

Tercer menor asesinado en año y medio

  • El crimen del pequeño Gabriel Cruz a manos de su madrastra Ana Julia Quezada y el niño degollado por su padre en Balerma son los precedentes más recientes de la lista de infanticidios de la provincia

Escena del crimen de Balerma en el que un hombre degolló a su hijo pequeño

Escena del crimen de Balerma en el que un hombre degolló a su hijo pequeño / Rafael González

17 kilómetros separan Las Norias de Daza de Balerma, la barriada en la que hace 17 meses fallecía degollado un niño de ocho años por su padre, quien se enfrenta a una petición del Ministerio Fiscal de prisión permanente revisable a la que hace tan sólo unos días fue condenada Ana Julia Quezada por el asesinato del pequeño Gabriel Cruz, también de ocho años de edad. Y 17 kilómetros son los que distan de la calle Horacio de Vícar, en la que fuera interceptada con el cuerpo sin vida del Pescaíto en el maletero su maléfica madrastra, del lugar en el que ayer los agentes de la Guardia Civil lograron cortar el intento de huida de una madre detenida por el presunto crimen de su hijo Sergio. En año y medio han sido tres los infanticidios que han conmocionado a una sociedad almeriense desconcertada por la maldad humana y su capacidad de hacer daño a los más débiles e inocentes. 

¿Quién puede matar a un niño? La pregunta tiene cada día más respuestas. Los nombres y casos se van sumando, los más recientes con una dureza y frialdad que han quedado grabados para siempre en el imaginario colectivo. En la última década son al menos cinco muertes de menores y más de una quincena si se tienen en cuenta los del pasado siglo. Las muertes violentas de Estefanía en Los Molinos en diciembre de 1987 o la de Montse Fajardo en el barrio de Piedras Redondas en marzo de 2002, ambas con sólo siete años de vida, son los antecedentes con más repercusión y alcance, pero no los únicos. Fueron víctimas de ciertas hostilidades y envidias familiares y de terceros, pero no murieron a manos de sus progenitores.

El delito de filicidio por el que el padre o la madre de un menor atenta contra la vida e integridad de su propio hijo es el más difícil de comprender. Cada vez que tiene lugar uno de estos perturbadores crímenes, la ciudadanía intenta justificarlo buscando algún tipo de acomodo bajo el parámetro de la locura, pero no siempre ocurre así. Las sentencias posteriores en los juzgados almerienses evidencian en el duro relato de los hechos, más allá de la gran desproporción de fuerzas entre víctima y agresor, dantescos comportamientos que se dirigen a la venganza conyugal, como el síndrome de Medea, por el que la sacerdotisa grieta mató a sus dos hijos para provocarle a su padre el mayor de los dolores.

Patio de la vivienda en la que una mujer acabó con su vida después de matar a su suegra y a su hija Patio de la vivienda en la que una mujer acabó con su vida después de matar a su suegra y a su hija

Patio de la vivienda en la que una mujer acabó con su vida después de matar a su suegra y a su hija / Javier Alonso

En febrero de 2010 una mujer belga de 36 años asesinó a hachazos su madre y asfixió a su hija de cuatro años para después ahorcarse en su vivienda de El Mayordomo en una pedanía de Sorbas. También en la vertiente contraria hay episodios en la provincia. Esta crueldad y malicia no entiende de género. El parricidio del 11 de marzo del pasado año por el que un hombre degolló a su hijo de ocho años en Balerma tuvo una clara orientación de causar el máximo daño y desconsuelo posible a su mujer. Es más, en el juicio se ha podido constatar su intención de producirle una lesión psíquica a su pareja por no querer irse a Rumanía juntos y sospechar de una infidelidad inexistente. En otras ocasiones el asesinato es fruto de la acción del psicópata que acaba con la vida de un niño por funcionalidad al no sentir ni empatía hacia sus víctimas ni un posterior sentimiento de culpa.

El 5 de junio de 2010, Cristóbal mató a su esposa e hijo de cinco años con un cuchillo de cocina en la capital. Este vigilante de seguridad señaló ante la justicia en los tribunales que los asesinó porque tenía que “salvarlos del fin del mundo”. Una enajenación mental muy difícil de encajar, sobre todo porque sólo le hizo daño a su familia y además fue detenido en su intento de fuga al caerse desde el balcón. Nunca se llegó a sentir culpable y planteó en su defensa que “en ese momento sufría un brote psicótico” que no convenció a los magistrados. El 25 de enero de 1995 la Policía Nacional detuvo a Isabel F., de 39 años y vecina de las 500 Viviendas, por la muerte de su recién nacido tan sólo cinco días después de dar a luz. Lo asfixió oprimiéndole el tórax con una pesada piedra.

Ana Julia Quezada en uno de sus traslados a la Audiencia Provincial Ana Julia Quezada en uno de sus traslados a la Audiencia Provincial

Ana Julia Quezada en uno de sus traslados a la Audiencia Provincial

De la decena de casos del pasado siglo destaca el crimen de Gádor en el año 1910 porque su atrocidad y vileza sentaron los cimientos de la leyenda negra del hombre del saco. Cantado en romances de ciegos durante décadas y después reflejado en publicaciones, libros y artículos periodísticos e incluso en un capítulo para TVE sobre los crímenes más horripilantes de la historia de España, la muerte del pequeño Bernardo González de siete años es todavía hoy difícil de digerir. Un crimen que se atribuyó a la incultura la época por el que los autores desangraron al menor y uno se aplicó las vísceras sobre su cuerpo para intentar “sanarse” de una tuberculosis.

El crimen de Estefanía Úbeda, la niña de Los Molinos, en diciembre de 1987 es otro de los casos más despiadados de infanticidio en la capital. Pese al esfuerzo durante años en la investigación, nadie se sentó jamás en el banquillo de los acusados. Y quince años después, ya en el siglo actual, correría la misma suerte la pequeña Montse Fajardo Cortés, de siete años, cuyo cadáver se descubrió en una caja de cartón una fría noche del 17 de marzo de 2002 en la barriada de Piedras Redondas. Los autores del crimen inmersos en esta perversa trama de envidias y celos fueron juzgados y condenados, si bien el móvil de los familiares implicados nunca quedó del todo claro.

En la lista negra de parricidios figura un padre de 33 años que el 26 de abril de 1974 acabó con la vida de su descendiente de apenas siete años en un cortijo blanco situado a seis kilómetros de Campohermoso. Y en Antas un abuelo de 80 años, con problemas mentales, mató a su nieta de nueve años en el barrio del Jauro. Ana Julia Quezada recibió la mayor de las condenas, prisión permanente revisable, por acabar con la vida de Gabriel. Y ahora se enfrenta a la misma petición el acusado de degollar a su hijo en Balerma. Desde 2015, cuando se reformó el Código Penal, este tipo de delito acaba siendo juzgado con prisión permanente siempre que lo solicite previamente alguna de las partes cuando el asesinato tiene el agravante de parentesco y de lesiones psíquicas a los demás familiares de la víctima. Una condena que no ha impedido los tres últimos casos en año y medio en Almería porque ¿Quién puede matar a un niño? (el título de la película dirigida por Narciso Ibáñez Serrador en 1976) es un interrogante al que se han ido sumando nombres de asesinos.

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