Almería

DE EL LUGARICO A MASNOU. El lejano taconeo de la Queti

  • “El Lugarico”. Entre las esposas del barrio, éste se había ganado dicho apodo por el trasiego de ciertas mujeres

Plaza Masnou

Plaza Masnou / José Luis Ruz (Almería)

Me contaba Perceval que teniendo él unos diez añillos y jugando en su calle de Eduardo solía oír un "!Jesús! ¡ya va, ya va!" que era como la orden para que dejara congelado el juego y saliera a la búsqueda de un vecino que sin decir ni adiós acababa de emprender el cortísimo viaje a El Lugarico y ahí tenías al niño hecho bala corriendo calle abajo para alcanzar al descarriado y tratar de reconducirlo al seno familiar, tarea difícil pues este, ya con un pie en el tranco y la mano en el quicio de la mancebía, intentaba convencerle para que retornara con la falsa nueva de que allí no se había detenido, que iba por la plaza de la Patrona en dirección al Paseo... Un dilema, pues marido y mujer estaban empeñados, con intereses encontrados, en ganar a fuerza de regalitos aquella voluntad infantil.

Entre las esposas el barrio se había acabado llamando así por innombrable, como se menciona al sitio por "el sitico", el lugar es "el lugarico" en un diminutivo irónico que en la conversación es un yamentiendes dirigido al que sabe de qué va la cosa. Un barrio chiquito pero matón, y heterodoxo: a unos metros a levante de la santa iglesia catedral y por todos los lados rodeado por las aguas, vamos a decir limpias, de la burguesía, una isla antaño lustrosa hasta que ganó la reputación -dicho sea con ironía plena- cuando unas desocupadas entendieron aquello de "¡Ay salero, salero, salero / con el moño se gana dinero!" y se establecieron en ella para cruz y quebranto de sus casadas.

Con frecuencia solía ir acompañada por su madre una mujer también de porte distinguido

Isla en lo moral y en el plano: una manzana pequeña comprendida entre dos calles que el municipio las tenía dedicadas a los escultores Pedro de Mena y Alonso Cano, estrechas vías que conocieron mejores tiempos, según delataban unas casas de cierta prestancia, como la que aún se levanta con gran portada y balcón en la parte alta de la plaza y la de la esquina superior con la calle Real, neoclásica y ya desaparecida, con otras de patio de columnas como la que en los años setenta albergó el bar Pedra Forca…

El lejano taconeo de la Queti El lejano taconeo de la Queti

El lejano taconeo de la Queti / D.A.

Como se dice ahora, tiempos de anglicismos, era de un standing medio este barrio pecador; sus visitantes: vecinos respetables a tiempo parcial, viajantes, militares… y marineros sin consuelo a los que no esperaban sus novias en el puerto; tras de él, el más popular de Las Perchas y, sobre ambos, el barrio de fronteras imprecisas, el de los nidos en los que anidaban unas pocas palomas que de vez en cuando se echaban a las calles en recordatorios vuelos. Solían ser estas mujeres de apariencia casi discreta y con la dosis perfecta de lo llamativo, conscientes de que no necesitaban del escándalo para captar la atención, al saberse conocidas en la reducida sociedad de entonces. Les bastaba con recordar dejándose ver. Y oír.

Entre ellas destacaba muy por encima de las demás una bellísima mujer, fina y elegante, charlestón era y los años veinte: sombrero cloché, zapato de tacón cogido al tobillo en el que brillaba una cadenilla de oro bajo el dosel de largos flecos del vestido… En las calurosas tardes de Almería, cuando desde Trajano, en las Cuatro Calles enfilaba la de Eduardo Pérez y comenzaba el repique rítmico y pausado de su taconeo, de los balcones -entonces más cercanos por la estrechura de la vía y, sobre todo, por la familiaridad de los vecinos- ante la persiana de la primera casa a medio subir, la voz alta del hombre acodado en el hierro: "!vaya calor!", falsa queja climática, en realidad aviso para que el siguiente vecino se aprestara a asomarse y disfrutar del espectáculo: un concierto para tacón y contoneo que seguía oyéndose calle arriba hasta que después del último "¡vaya calor!" se perdía por la plaza de la Catedral para continuar por las otras calles del centro, cuidando muy mucho de que aquella música jamás sonara, siempre hubo clases, en los barrios de Las Perchas y El Lugarico.

Algunos de sus visitantes: marineros sin consuelo a los que no esperaban sus novias en el puerto

Nunca abordaba ni se dejaba abordar aquella mujer en la calle; su música lejos de ser charanga era orquesta afinada para reclamo y recordatorio. Con frecuencia solía ir acompañada por su madre una mujer también de porte distinguido, siempre de luto y velada que parecía, o tal vez lo fuera, una dama de casa grande venida a menos o la viuda de un militar de rango lo que aportaba solemnidad a la belleza de la hija. Quién no conociera el paño podría pensar al verlas por la calle hallarse ante dos damas, madre e hija, que fueran a la iglesia, como a veces realmente hacían, del mismo modo que se presentaban serias y compungidas en el velorio de algún muerto de postín, sin importarles el riesgo de que las echaran con cajas destempladas, como ocurrió en más de una ocasión.

Quety que así se llamaba aquella mujer famosa -y aún para muchísimos célebre- que en tan fino pasacalle se anunciaba no era de Almería, ni se sabía de dónde, ni si el nombre era de guerra o si se lo debía a la Santa Enriqueta del santoral… misterios todos que acrecentaban el tremendo morbo que la rodeaba. Lujo y elegancia, a años luz de sus compañeras las lugaricas que, lejos del gramófono, a lo más que se habían acercado a la música fue a una guitarra flamenca y al cante de El Ciego de la Playa, vecino de aquel mundo pequeñico según nos descubrió Antonio Sevillano. Derribada la manzana para formar la plaza se fueron del lugar con el pecado a otra parte chulos, clientes y moradoras, y con ellos peleas, gritos y cantes... y el barrio ganó en virtud lo que perdió en alegría, dicho sea con el debido respeto.

En diciembre de 1964, cuando por la emigración Almería hace ya años, que "mira a Barcelona / donde se le muere medio corazón", al decir cantado de Calos Cano, el pueblo barcelonés de El Masnou dedica una calle a nuestra ciudad y esta le corresponde con la nueva plaza, que ya es también una vida nueva que se emplea en la limpieza de su último pasado, venga estropajo y jabón, con tanto ahínco que por borrar acabará borrando el nombre de Lugarico, su profesión, el "¡vaya calor!"... y hasta el lejano taconeo de la Queti.

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