Cuenta y razón

El mulo náufrago

  • Nadie daba crédito al hallazgo. Estaba en la guías; su extrema delgadez lo hacía casi invisible de frente; se había comido, amén de todos los yerbajos de los patios, macetas y jardineras

El mulo náufrago

El mulo náufrago

Hay que ver lo egoísta que es el hombre; usa y abusa del mulo, forma con él un auténtico centauro,  y basta la aparición de un motor para echar al olvido esta relación de siglos. El mulo ha pasado a la historia, como pasó el burro, como pasa cada temporada de caza el galgo y como pasa todo lo que deja de ser útil para el compañero interesado que siempre ha sido el hombre. 

Tan mal pagador que cuando le servía le pagaba con el insulto y ahora lo ha relegado a mero término de diccionario, a foto antigua… Cuesta trabajo explicar a los que no lo han vivido que antaño fue este animal motor vigoroso de nuestra supervivencia. 

Después de tres años de guerra, Almería se halla en plena labor de recuperación. Barrios nuevos demandan un transporte para las obras  y el acarreo de mercancías y fruta al puerto y al ferrocarril. A la llamada acude el carro como el transporte de carga por excelencia; infinidad de autónomos y empresarios crean una red movida por una fuerza mular que en poco tiempo conforma una auténtica legión. Una legión a la que pertenecía un mulo que por su calidad hacía de puntero en el tiro de reata de los carros de un destacado empresario del ramo, al que llamaremos José con el anonimato que para él quieren los suyos. 

Surgió un porte ligero al ferrocarril y el carrero decidió para manejarse mejor por las calles de la ciudad, ir con solo el mulo puntero enganchado al de varas. Ya cerca del destino se levanta un viento enorme, un vendaval de esos que sólo saben levantarse en Almería, y Valeroso, que así se llamaba nuestro animal,  se asusta, briega, se desata y emprende por la avenida de la Estación, entonces un camino salteado de cuatro casas, una carrera veloz, sí, pero no loca, pues iba bien dirigida a su cuadra en El Quemadero. 

De nada sirvieron las denuncias a la guardia, ni de nada tampoco las pesquisas ni promesas de recompensa

Una buena cuadra en el cortijo al que nunca llegó, con el enorme disgusto de su dueño quién puso en búsqueda al desaparecido por las calles, la vega y el monte. De nada sirvieron las denuncias a la guardia, ni de nada tampoco las pesquisas ni promesas de recompensa. Se lo había tragado la tierra. Pasaron los días, se fueron disipando las esperanzas y con harto dolor fue dado por perdido, imaginado con guía falsificada, en manos de trajinantes, o vendido ya en cualquier lugar lejano. 

El dueño se hizo a la idea de que se había quedado para siempre sin aquel hermoso animal, pero hete aquí que a los 47 días aparece. Resulta que en su  carrera halló abierta la portada de El Tiro Nacional -donde hoy se encuentra el edificio Belén, avenida de la Estación esquina a la Rambla- y se coló por ella, casualmente abierta por unos operarios de aquel complejo de deporte, cine y boxeo nacido en 1939 y que andaba inactivo por aquella época del año. Cerraron sin advertir su presencia y allí quedó nuestro mulo preso, cautivo, como un robinson en una isla perdida pero en más duro: sin verdores ni frutas ni aguas cristalinas, solo a merced de lo que pudiera dar la naturaleza que allí era tanto como decir nada.

Nadie daba crédito al hallazgo. Estaba en la guías; su extrema delgadez lo hacía casi invisible de frente; se había comido, amén de todos los yerbajos de los patios, macetas y jardineras, las aneas de las sillas, los canastos y cestas de mimbre, sacos, cartones y hasta las cajas y barriles para uva... y se había bebido todo el agua de las milagrosas pilas y bidones que allí habían. 

El dueño ni se atrevió a llevar el mulo al cortijo en el que descansaban las bestias y se guardaban los carros

El dueño ni se atrevió a llevar el mulo al cortijo en el que descansaban las bestias y se guardaban los carros. La sola idea de que el famélico fantasma mular, aquel saco de huesos, escuálido y deslucido, pudiera ser reconocido por la gente, por sus clientes, como algo de su propiedad, de su empresa, le ponía enfermo; descartado el que lo hiciera ninguno de sus operarios, buscó un muchacho ajeno a la casa para que, a cambio de un dinerillo, llevara el reaparecido a la cuadra. Y así, ya oscurecido, de tapadillo y en vergonzante rodeo, Rambla arriba y paseo de la Caridad, hizo Valeroso su espectral viaje de El Tiro Nacional a su cuadra de El Quemadero. 

Ya le esperaba allí el veterinario quien lo examinó y no tardó en mirar con cara de pésame al dueño para decirle que nada daba por su supervivencia.  Pero no se dió José por vencido y lentamente sus cuidados fueron haciendo por la recuperación de su mulo favorito... Cuando los músculos se empezaban a marcar otra vez sobre un pelaje ya casi brillante, cuando ya se hallaba a dos pasos tan solo de verse de nuevo puntero orgulloso de los carros del amo, el animal murió. Le había pesado demasiado el mes y medio largo de soledad y hambre y no pudo el pobretico con tanto sufrimiento. 

Como veis, no solo el hombre ha sido protagonista de épicos asedios y peligrosos naufragios. También los animales cuentan con experiencias límite dignas de ser contadas, historias merecedoras de figurar en los anales del heroísmo animal... como esta de Valeroso, el mulo puntero al que un día el miedo y el dichoso viento de Almería llevaron a naufragar en la isla de El Tiro Nacional.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios