Almería

La orgía de Alba. En femenino plural

  • Contaba mi padre que en los años veinte siendo estudiante en Sevilla las veces que los compañeros de facultad se iban de vinos recibían como agua de mayo la llegada de un hombre mayor que les pagaba las copas con la condición de que el grupo lo admitiera dándole trato de "señor marqués". La juerga bien valía la misa y todos rendían pleitesía a aquel personaje divertido y noble, al menos de corazón, hasta el punto de haber elegido para su título inventado el nombre saltarín de Marqués de las Cabriolas dejando claro con ello su ninguna intención de engañar, de que nadie lo pudiera confundir con aquel que falsea para medrar.

La orgía de Alba. En femenino plural

La orgía de Alba. En femenino plural / Diario de Almería

El hombre hacía aquello en busca de compañía, con la buena fe que a lo grande persigue la creatividad en el Arte, en cuyo ámbito no es que se pueda sino que es imprescindible hacer uso de la fantasía con todo lo que se pinta, se musica o se escribe. Si los personajes son frutos de nuestra imaginación, dueños somos de sus biografías, pero si pertenecen a la realidad, el relato, la novela histórica exigen información plena sobre los novelados, tal como la recaba Galdós sobre los protagonistas tan bien resucitados de sus Episodios.

Ahora cuando el respeto a la imprenta y la radio lo hemos trasladado a los nuevos medios, cualquier cosa la damos por válida con la sola garantía de verla enmarcada en internet, que es como me he encontrado la historia truculenta que narra una orgía ofrecida un día de San Fernando de 1798 por la duquesa de Alba. Su autor, por lo visto medio pelo en el mundo de las letras, ha recurrido a un invento disparatado del que me ocupo en su contenido y no en su literatura.

El lugar, un palacio que no nombra y es el de Buenavista, telón de fondo de la Cibeles madrileña. Ambiente decorado por Goya, el menú rico, un poco cateto, jamón y marisco, y en el aire el aroma fragante de las hierbas afrodisíacas. Asistentes: la alta sociedad, militares de relumbrón, los embajadores de Inglaterra, Francia, Holanda… el de Japón, exótico, inexistente y falso como el de Suecia un Jean Bernardotte que ni conoce el país del que le tocará ser rey por la tómbola de Napoleón... como tampoco esperaba ser cronista de este fiestorro y lo fue por invento de nuestro falsario…

Retrato de la Marquesa de Santa Cruz Retrato de la Marquesa de Santa Cruz

Retrato de la Marquesa de Santa Cruz / D.A.

El eje macho sobre el que pivota este disparate es la duquesa de Alba presentada, vaya novedad, como amiga de Goya y también como administradora indiscreta de su viudedad reciente al mostrar sus debilidades en sociedad, faltando así al luto por su difunto marido y primo, nuestro XI marqués de Los Vélez.

Por diversión, la competición, como no, de sexo: para ellos la penal, en el más equívoco sentido de la palabra, para ellas la senil, que ya me entienden… Si la primera fue suspendida, la segunda tuvo recorrido de principio a fin: baronesas y condesas, marquesas y duquesas en cueros, son las encargadas de servir el morbo pues siempre lleva la mujer la peor de las partes en la mejor de las películas porno.

De los siete baronesas ninguna es real, desde la de Rinini, tan de opereta, hasta la de "etcétera", son todos falsas, como las condesas, si se exceptúan las de Elda, Chinchón y Haro, fácilmente sacadas de cualquier libro de arte por haber tenido la fortuna de posar para Goya.

Las marquesas, todas de pega, salvo un par de ellas que están extraídas también de alguno de los muchos ensayos de arte que versan sobre el genio sordera por el que fueron tan bien pintadas: la de Santillana y la de Santa Cruz. Otras dos marquesas que podrían ser ciertas son, sin embargo, falsas por imposibles: la marquesa consorte de Cullera, a la que no la imagino compitiendo en senos y haciéndose con el trofeo en la modalidad de caídos -qué quieren ustedes a sus setenta años de entonces- mientras tenía a su marido en casa tan enfermo que falleció a los pocos meses. Y la de Cartago, un milagro de marquesa que asistió, non nata, a la orgía ducal un siglo antes de que se creara el título en 1894 por el niño rey Alfonso XIII.Salvo la de Osuna, también sacada por haber posado para el pintor aragonés, las duquesas son, amén de inventadas, de cachondeo y aún dulzonas y melosas, cómo la de La Alcarria. Tres de ellas, si bien verdaderas, son imposibles: la de San Fernando que fue a la orgía diecisiete años antes de que se creara el título ducal en 1815; la de Bailén, primera duquesa consorte que nunca existió, llegó a aquel desmadre cuando aún faltaban treinta y seis años para que el rey Fernando VII creara el título en 1833 para el general Castaños, héroe indiscutible de la independencia -nunca casó- y de la zurra al francés en 1808; la futura duquesa de Segovia, de soltera Emmanuela de Dampierre, llegada a pecar, presurosa, ¡ciento quince años antes de nacer!..

Y es que para bienmentir hay que tener imaginación… sí, pero sobre todo información y memoria, cosas que se echan de menos en la confección de este engendro literario que en su mala intención oculta que es novelesco y no va en serio, mientras trata de darle un tinte de verdad, de hacer pasar por sana la fantasía pocha.

Frente a los que pretenden insultar a la Historia no valen risitas cómplices cuando la cosa toca a las nobles, a las reinas; igual lo harían con nuestras madres, con nuestras mujeres, de convenirles y si no reparen en el trato dado a las diablas que aparecen por cuatro cuartos en los programas basura de las televisiones.

Las mujeres que nos precedieron, por lejos que en el tiempo estén, merecen un respeto; insultarlas es tan cobarde y ridículo como burlarse de un toro desde la barrera; en nada contribuyen cosas como estas al conocimiento de las protagonistas de nuestro pasado, que hoy viven en sus descendientes; nobles o no son reliquias del ayer a las que, en vez de presentarles los respetos, vamos y les metemos el dedo en el ojo y les mentamos sus muertos. Para eso ya tenemos a la leyenda negra. Se empieza insultando a la culta marquesa de Santa Cruz y se acaba dando un empujón a la estatua de Isabel la Católica.

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