Almería

De la sobriedad a destellos de esplendor en las fiestas de la Virgen de Gádor

  • Escenografía religiosa. En el Barroco se piensa que el adoctrinamiento sería más eficaz en el marco de un lenguaje visible y emocional, para impresionar a los fieles

Consideramos a la sociedad globalmente, porque ha venido existiendo cierta tendencia al estudio de las élites y olvidar a los más desfavorecidos, a la gente sin historia, involucrando a todas las personas, pues, según Antonio Domínguez Ortiz, "no podemos entender lo que somos sin saber lo que fuimos, hemos de saber de dónde venimos para poder adivinar a dónde vamos".

En algunos años, más de los que serían de desear, las fiestas en honor de la Virgen de Gádor se celebrarían en la villa de Berja con bastante sobriedad, reflejada en la ausencia de toros, juegos de cañas y chirimías. En este hecho influían, aparte de circunstancias medioambientales, una abrumadora fiscalidad, sin olvidar que al déficit financiero crónico del concejo se añadían otros hechos, como el "embargo de los propios por la Santa Cruzada". Para solventar, aunque de manera coyuntural, la ausencia de fondos el concejo recurrirá a los más variados procedimientos tanto directos como indirectos.

En el cabildo del 15 de noviembre de 1613, se disponía que el mayordomo de propios desembolse catorce reales "que se gastaron en las fiestas de la procesión de Nuestra Señora de Gádor". Dos días después "tratose que este dicho concejo tiene mucha necesidad, y no tiene de donde sacar dinero ninguno, por estar embargados los propios por la Santa Cruzada, y hay necesidad de remedio para muchas cosas que se ofrecen"; acordaron vender las hierbas del Cerro de Villa Vieja para ganado lanar, desde el día del remate hasta finales de marzo de 1514. Entre los propios del concejo de la villa de Berja figuraban: la mitad del molino de la Saliua, y los molinos de Alcaudique y el de Billague; el asunto del embargo de la renta de los mismos por la "Santa Cruzada", se resolvió a favor del concejo, que, el 15 de agosto de 1514, acordó "se arrienden y del dinero se aderecen", el mayordomo de propios cobrará la renta.

No obstante, apreciarse cierta mejoría, al plantearse la celebración de las fiestas en honor de la Virgen de Gádor para 1614, el concejo expone que el dinero para los gastos, por no disponer de fondos de propios, se tomará de las sobras de tercias y alcabalas.

En el Barroco se piensa que el adoctrinamiento sería más eficaz en el marco de un lenguaje visible y emocional, para impresionar a los fieles: arquitectura, escultura, pintura y artes suntuarias se alían a las procesiones y festividades con esa finalidad de hacer más visible una escenografía al servicio de la religión. En el cabildo del 22 de agosto de 1614, se expone: "la fiesta que se hace en esta villa el día de la Natividad de Nuestra Señora, por la devoción que se tiene con la imagen de Nuestra Señora de Gádor", se conmemora con la mayor solemnidad y esplendor.

El concejo dispuesto a no defraudar a los vecinos y en la línea de lo dicho anteriormente, acordó celebrar "toros y cañas, y se traigan chirimías", y que "se convide al capitán Pedro Gurendes de Salazar" para el juego de cañas. Fueron nombrados comisarios de las fiestas Bartolomé de Valdivia y Melchor Megías alcaldes y se comisionó al regidor Fernando de Sedano para que "vaya a la ciudad de Granada a traer y concertar las chirimías".

La unidad en la persona real y en la fe católica, convivía con la variedad estamental, dicotomía entre linajes e individuos, y diferencias abismales entre ricos y pobres, de todo esto la "cofradía" de la Virgen de Gádor es un fiel reflejo en la Berja del Antiguo Régimen.

Como en el resto del Imperio en la Berja del primer cuarto del siglo XVII, de manera más o menos larvada, aflora la problemática social, detectándose paralelamente cierto puritanismo moralizador.

Luis Valle de la Cerda escribía a principios del siglo XVII: "Jamás, ni en setecientos años de continua guerra ni en cien años de continua paz, ha estado España generalmente tan arruinada y pobre como ahora".

En Desempeño del Patrimonio Real y de los reinos sin daño del Rey y vasallos y con descanso y alivio de todos, por medio de los erarios públicos o Montes de Piedad, (Madrid, 1618), propone, para salir de la decadencia y reanimar la agricultura, la industria y el comercio, el establecimiento de una red de erarios públicos; también sugiere la fundación de Montes de Piedad con el fin de paliar la difícil situación de los pobres, mediante la desaparición de los intereses usurarios. Consideraba que la subida de los precios es "el efecto muy natural de la rápida multiplicación de los signos y moneda".

Las obras del protomédico de las galeras y médico de la Corte de Felipe II Cristóbal Pérez de Herrera, reflejan cierto arbitrismo perceptible en una difusa conciencia de decadencia. En Curación del cuerpo de la república o remedios para el bien y la salud del cuerpo de la república, publicada en 1610, propugna atajar

la ociosidad y el lujo, remediar el estado del comercio y la agricultura, e incrementar la población. Para el "legítimo pobre, que ni tiene bienes con que mantenerse, ni salud, ni fuerzas para ganarlos", se muestra partidario de reorganizar el sistema asistencial.

El plan de Hospitales no proyectaba la simple recogida de mendigos inactivos, pues uno de los provechos a conseguir será que los labradores y los artesanos dispongan de jornaleros y oficiales por salarios más bajos: "todo consiste en que cese la gente ociosa y tengan los labradores peones a buen precio".

Lo grave del problema, que vieron en sentido muy opuesto Sancho de Moncada, Caxa de Leruela y Martínez de Mata, se le escapó a Pérez de Herrera, al suponer que las dificultades de la crisis y del desempleo quedarían resueltas al disponerse de mano de obra abundante y barata.

Con el telón de fondo de la crisis del siglo XVII, no fue extraño que en España apareciera cierto puritanismo moralizador. Tratadistas como Jerónimo de Ceballos, Juan de Mariana y Luis Caxa de Leruela, venían a decir que la riqueza y la comodidad habían contaminado las buenas costumbres, siendo necesario el retorno a la antigua pureza. Nos encontramos con un verdadero conflicto de posiciones sobre este asunto, incluso en la misma persona, así Martín González de Cellorigo veía el modelo en la España de los Reyes Católicos. Otros arbitristas, como Sancho de Moncada, fundamentalmente vuelven la vista a las realizaciones de los estados contemporáneos, en las cuales la economía y la fiscalidad están omnipresentes.

Si bien tenemos testimonios de que el modelo no proporcionaba la visión más o menos idealizada del pasado nacional, otros propugnaban lo contrario. Fray Juan de Santa María, en su República y policía cristiana, (Lisboa, 1621), dice: "Cuando un Reino llega a tal corrupción de costumbres, que los varones se regalan y componen como mujeres, bien se puede dar por perdido, acabado su Imperio"; y en 1621 el conde de Benavente consideraba necesario tener "o una buena guerra o se irá perdiendo todo".

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