Jubilación de Miguel Arias

Historias de un señor de derechas

  • Se jubila Miguel Arias, un político de casta que contribuyó al lado del primer Aznar y Rajoy a regenerar a la derecha española y la hizo firmemente europeísta

Miguel Arias, en una intervención en un Foro Joly

Miguel Arias, en una intervención en un Foro Joly

"Yo soy un señor de derechas y del Atleti”. Esta definición se la he escuchado a Miguel Arias decenas de veces y en ella había algo de gamberro en un tiempo en el que decir que uno era de derechas no estaba bien visto. “De hecho, si el PP es de centro derecha es porque me tiene a mí”, bromeaba de vez en cuando, quizá no consciente (sí que lo era) de hasta qué punto había gente de derechas en su partido. Y con esa derecha-derecha casposa él, tan castizo, no hacía muy buenas migas. Nunca lo diría en público, pero llevaba mal a los montunos y los nostálgicos.

Que no participara en la última campaña electoral, la de Pablo Casado, ha hecho que nos perdiéramos algunas perlas en contestación a la ‘superderecha’ de Vox que llamaba a ‘su’ derecha de siempre “la derechita cobarde”. Porque la derecha de Arias poco tiene que ver con la derecha de loden y montería. Para empezar, nada le aburre más que la caza. Para continuar, él bebe de esa derecha ilustrada en el sentido de modernizadora, que se inspira en el espíritu canovista. Es la derecha que se va.

Arias anuncia que abandona la política cuando aún no ha cumplido los 70 años y lo hace desde Europa, el lugar donde más cómodo se ha encontrado siempre y donde obtuvo la fama de negociador. Trece años estuvo allí mano a mano, haciendo Europa, con la hija de Fraga. Las tuvo de todos los colores con el que acabaría siendo un entrañable amigo, Franz Fischler, un europeísta que recelaba del sur y al que Arias acabaría haciendo un encendido defensor de la España de la Transición. Ese negociador fue el que quisieron tener a su lado tanto Aznar, por interés, como Rajoy, por estrecha amistad. Ambos le hicieron ministro. También fue el negociador que quiso tener Rajoy en Génova cuando cada lunes estallaba un terremoto. Arias siempre estuvo ahí, con sus amigos de generación, los que, siendo jóvenes, reinventaron el partido, aunque él quiso reinventarlo antes que ninguno cuando se hizo escudero a finales de los 80 de un caballo perdedor llamado Antonio Hernández Mancha.

Estar en el lado equivocado no descabalgó de la política a este abogado del Estado madrileño, con estudios en su adorada Dublín, jerezano por poderes al casarse y entrar a formar parte de los Domecq y Solís. Su supervivencia política tiene que ver con su carácter socarrón, nada dramático. No perdió ningún anillo de su linaje político cuando, siendo lo que había sido en la Europa en la que los españoles íbamos de novatos, bajó a la regional política para disputarle la alcaldía a Pedro Pacheco. No se la ganó, pero hizo brillante esa legislatura con una oratoria de alta gama que tan difícil es ver en la política local. Perteneciente a lo que muchos consideraban lo más rancio de la derecha, hizo de la derecha de Jerez algo menos rancio mientras alternaba sus plenos municipales salpicados de ironía con rallies de coches antiguos y ensaladillas en la alameda del Banco.

Era evidente que no iba a estar mucho tiempo allí y Aznar le llamó para que pilotara la agricultura que se decidía en Europa porque no había nadie que supiera más ni tuviera más amigos en la decisiva Bruselas. Y su paso en dos fases por el ministerio de Atocha estuvo plagado de aciertos, aunque la gente se quedara con su invitación a comer yogures caducados.

Miguel Arias finalizó su primera etapa como ministro de Agricultura como uno de los personajes favoritos de los guiñoles. Solía aparecer siempre presto para llevarse algo a la boca, con una servilleta sobre el pecho, quizá por aquella exhibición realizada durante la crisis de las vacas locas, en la que se zampó un filete de desayuno.

Pudiendo dedicarse a los negocios (estuvo en el consejo de administración de dos pequeñas petroleras), acudió cuando Rajoy le pidió que le acompañara en la travesía del desierto y fue un aplicado fontanero, un hombre leal. No fue premiado con el ministerio de Exteriores que él deseaba y repitió en Agricultura. Cedió Rajoy cuando Arias le pidió volver a Europa, aunque tuviera que pasar por el trago de una campaña en la que en un mal día dijo algo de su rival, Elena Valenciano, que le valió una etiqueta de machista, algo que cualquier que le conozca un mínimo sabe que no es. Aquello le dolió. Pero su refugio en Europa, como guardián del clima y la energía, cicatrizó la herida mientras su partido en España se desmantelaba.

Ahora se jubila. Dice que no tiene ningún roce con el PP de Pablo Casado, pero no hay que ser un analista conspicuo para sospechar que Arias no se reconoce en esta nueva generación. Él es un hombre de derechas de los de antes, de los que hicieron al PP un partido grande y moderno. Y valiente. Porque fue la derecha que se quitó el pelo de la dehesa, la que acabó con la otra derecha, la retrógrada, pero que quedó atrapada en sus errores y manchada por los saqueadores. Miguel Arias, no. Arias se va limpio y con una trayectoria impecable de servidor público.  

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