Las diez negritas.

Las diez negritas. / M. G.

Con el Gobierno andaluz disminuido por la gestión de los efectos devastadores del coronavirus mientras resurge el miedo y se impone la mascarilla obligatoria, Susana Díaz se ha topado con una rebelión interna. Sin ser el motín del Hermione que acabaría a degüello, o aquello del Caine, el aviso no es fútil. La secretaria de los socialistas andaluces se había preparado una reunión de trámite con un formato cómodo, pero hubo 32 turnos de palabra y 23 fueron para darle fuerte y flojo. Hay algunos ajustes de cuentas, sí, pero muchos sencillamente creen que va mal. El mensaje es que no está dando la talla en la oposición. Y previsiblemente muchos le dijeron que no hacía la oposición adecuada por no decirle abiertamente que no es la líder adecuada. Esto parece el anticipo del choque futuro; y es seguro que ella no se va a rendir ante el ruido de sables.

Por demás, no es buena noticia que la oposición haga peor oposición al Gobierno de la que el Gobierno hace a la oposición. "El PSOE ha sido un partido de Gobierno durante 36 años y ahora es una corriente más dentro del caos de la izquierda que hay en Andalucía", le espetó Elías Bendodo, que se ha convertido en un azote, colocando al PSOE como una familia más de esa izquierda enredada en un peligroso ciclo de atomización cainita. Y cómo defenderse de ese sarcasmo cuando tantas voces del propio PSOE reprochan la deriva a Susana Díaz.

Bendodo no es un fino estilista ni pretende serlo. Como nº 1 ha demostrado capacidad de gestión, e incluso desde la izquierda se le reconocía su éxito equilibrando el déficit heredado en la Diputación de Málaga, pero además sabe avinagrar las heridas del rival, y al llegar allí aireó gastos sonrojantes o caricaturizó a su antecesor revelando que disponía de un camarero para que le cortara jamón a la hora del aperitivo; y como nº 2 ha entendido su papel, como aquel Alfonso Guerra que le cubría la espalda al Number One con fuego graneado. Sin la mordacidad de Guerra, pero también sin sus ínfulas culturetas, Bendodo tiene, como diría Tom Wolfe, lo que hay que tener: instinto depredador, determinación, desahogo arrogante y capacidad de trabajo. Un peligroso cóctel para los rivales. Y si además puede manejarse en la lógica de la herencia recibida, miel sobre hojuelas. Esta semana Carmelo Gómez trataba de acorralarlo con las contrataciones, un asunto turbio sobre el que faltan explicaciones, y Bendodo lo vapuleó en 45 segundos con uno de esos momentos que después se viralizan por whatsapp: le recomendó no escupir hacia arriba, le recordó que ellos tiran de bolsas heredadas que están llenas de cargos socialistas, le mostró unos folios con una lista de cargos socialistas contratados en las playas… y no dijo nada más, sólo le puso un gesto demoledor de pero-alma-de-cántaro-qué-me-está-usted-diciendo. KO en el primer asalto, al modo fulgurante de Tyson, sin combate.

A Susana Díaz, el portavoz del Gobierno la despachó una vez más con el brochazo grueso de "llevar un tiempecito tumbada a la bartola". Sánchez Haro lo llamó "camorrista" y lo acusó de "machista", tratando de que el reproche por no estar en la comisión de reconstrucción y no aceptar la oferta del presidente de trabajar directamente con las consejerías, pasara por un ataque a su baja de maternidad. Se le vio demasiado el truco y no coló. Tumbarse a la bartola, vieja expresión castellana que algunos paremiólogos vinculan al final de las cosechas por San Bartolomé cuando al fin se descansaba aunque seguramente aluda sin más a la pereza o a la barriga llamada también bartola, se refiere a trabajar poco. Y el PSOE, como reclaman tantas voces dentro del PSOE, necesita más trabajo y menos eslóganes de "¡improvisación!" o "¡desgobierno!" repetidos de entrevista en entrevista, con más retórica que sustancia. El PSOE , como dicen los cronistas de fútbol más previsibles, necesita mucha más pegada. Añoran a un killer como Mario Jiménez mientras ven afligirse a Carmelo Gómez, un parlamentario que parecía prometedor, o usar arietes como Conejo, toda una demostración de impotencia. Lo de Conejo en el coto de caza mayor del Parlamento andaluz ha dejado más gags que éxitos. Este parlamentario, como tantos, cree que poner el motete de ultraderecha ya te inviste con la razón. Pero la charcutería retórica tiene sus límites.

Más allá de dar golpes con la herencia recibida, el Gobierno ha de dar respuestas. Hay asuntos, como las contrataciones, en las que urge no sólo transparencia en el procedimiento sino un criterio convincente, porque lo del orden no pasa el corte. Sí ha acertado el presidente al defender el Consejo Consultivo, tras la pregunta contundente de Alejandro Hernández en la última sesión de control recordándole que en el punto 7.1 del pacto con Ciudadanos se comprometían a suprimir éste dentro de la racionalización de la administración: "Ustedes llegaron a la Junta hablando del cierre de los chiringuitos; y a día de hoy, si no hacen trampa, prácticamente no han cerrado nada". Lo del Consejo Consultivo fue un doble error: ni podían, porque está en el Estatuto, ni debían, porque efectivamente es útil. Juanma Moreno habría ganado puntos diciendo: "Hay que aceptar los errores, y fue un error de planteamiento. Nos equivocamos". Exaltar el nivel de cumplimiento del pacto cuando te están interpelando por algo que no has cumplido, y que no vas a cumplir, merecía algo de autocrítica franca. Es peligroso acomodarse a la baja calidad de la oposición o el ventajismo de la herencia recibida, aunque de momento sientan que hay margen para disfrutar de ese colchón.

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