Diario de la pandemia / Día 15

Tentación de Gran Hermano

Un Policía Local requiere la justificación a un ciclistas en Sevilla.

Un Policía Local requiere la justificación a un ciclistas en Sevilla. / José Manuel Vidal /Efe

EL  endurecimiento de las condiciones bajo las que vivir confinados traerá consigo un mayor control policial para que no nos saltemos el estado de alarma. Ya hemos conocido –y seguiremos teniendo noticias de ellos– casos de todos los colores: desde el grupo al que le dio por celebrar al raso el culto, quién sabe si en la creencia de que la fe, además de mover montañas, aleja a ese maldito virus del demonio, al de quienes no tuvieron mejor ocurrencia que organizar la matanza de un cerdo, dejando así constancia de su preferencia por un muy ibérico colesterol salido de madre antes que por el contagio de esa misteriosa porquería extranjera. Habrá más casos de “indisciplina social”, sin duda. Y esa certeza, desgraciadamente, nos hace sospechosos a todos. La dimensión y el alcance de la pandemia es de tal envergadura que, aquí y ahora, todos somos culpables de transgredir y quebrantar las reglas mientras no se demuestre lo contrario. Nadie es inocente de antemano. A cualquiera le gusta gozar del tercer grado: a muchos les sigue resultando complicado no intentar la fuga, aunque sea para ir a ninguna parte. En la calle, sencillamente, no hay nada. Nada de nada.

Pero el Gobierno, a pesar de los piropos del presidente Sánchez al comportamiento cívico de la inmensa mayoría de la población, nos debe considerar díscolos. O lo piensa. En su relato sobre la pandemia, el escritor Richard Ford dice que “a lo mejor, a los estadounidenses no se les puede decir nunca lo que tienen que hacer y esperar que lo hagan”. En nuestro caso, a lo mejor, a los españoles se nos tiene que decir siempre lo que tenemos que hacer y esperar que no lo hagamos.

Sólo desde esa sospecha se entiende que el Gobierno haya decidido echarnos el aliento en la nuca. Lo vamos a tener encima. Sin verlo, por supuesto. Como si no estuviera. ¿Y de qué manera? Ah, pues ese artefacto con el que muchos están encoñados y del que no se desprenden ni para ir al váter será el vehículo a través del cual el Ojo del Gobierno vigilará nuestros movimientos y decidirá si éstos están justificados o son caprichosos. Rastreando la localización de los móviles de los españoles, las autoridades estarán al tanto de nuestro cumplimiento de las restricciones impuestas por el estado de alarma. Está bien que ese “rastreo” de móviles se nos presente como un “arma” contra el coronavirus, pero no estará de más que se nos garantice que es para eso y únicamente para eso. Y aquí surgen las dudas. Si el Poder –a secas, sin siglas ni color– tiene una prioridad por encima de todas es la del control, cuanto más mejor, de la población. Tiene ahora el argumento de la guerra contra el coronavirus para justificar acciones que en cualquier otro momento deberían ser inmediatamente repudiadas. Podemos consentir estos días que el Gran Hermano no nos quite su ojo panóptico de encima. Pero tendremos que exigir que sea cegado en cuanto el Covid-19  haya sido destruido.

¿Lo harán?

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