Andalucía

El año de Griñán

  • De solución sucesoria de Chaves en la Junta ha pasado a secretario general de facto del PSOE, un reformista que aún debe estrenar reformas.

La sucesión de Manuel Chaves transcurrió en dos actos. El primero duró de marzo a abril del año que ahora acaba, cuando el presidente de la Junta entregó  los mandos del Gobierno autonómico a José Antonio Griñán. Después de 19 años en la Presidencia, Chaves renunció el 8 de abril de un modo en exceso sigiloso: entregó su acta de Parlamentario y viajó hasta Madrid para jurar ante el Rey su cargo de ministro de Política Territorial y vicepresidente tercero. No hubo ni rueda de prensa ni intervención en el Parlamento. Griñán pasó el tránsito sin mayores problemas: le apoyó todo el PSOE y fue elegido por la mayoría absoluta de este partido en la Cámara andaluza.

El segundo acto está siendo más complicado, y aún no se sabe cuándo finalizará, pero el desenlace  se ha producido: Griñán  ya ejerce de facto como secretario general del PSOE andaluz. Los últimos viernes ha presidido los comités provinciales de su partido en Cádiz, Málaga y Granada. Ahora vendrá el resto, mientras  Chaves ha optado generosamente por espaciar sus intervenciones en Andalucía. Los dos protagonistas tienen que ponerle fecha aún al congreso extraordinario en el que Griñán saldrá elegido secretario general, pero a esa cita llegará como "principal autoridad política del socialismo andaluz, hoy y en el futuro", que es como han acordado nominarle  los secretarios provinciales.

"¿Pero todavía tienes alguna duda de quién elegirá al candidato a la  Alcaldía de Sevilla?", preguntaba retóricamente no hace más de dos semanas un parlamentario a este periodista. "Zapatero y Griñán juntos, no te quepa la menor duda". La misma respuesta que dio días más tarde uno de los posibles candidatos a encabezar la lista hispalense.  

Griñán ganó el Gobierno por decisión de Chaves, pero al partido se lo ha tenido que labrar en un proceso más complicado que tuvo  su fase más dura en la segunda semana de noviembre, cuando los dos amigos hicieron públicos su desencuentro.

El primer acto de la sucesión, sin embargo, era el más temido por los dirigentes socialistas, y fue el que salió mejor. Griñán gozó a su llegada de una aceptación casi unánime: las críticas se quedaron sólo en la oposición del PP, que esos primeros días anduvo como noqueada. A nadie le importó que el delfín de Chaves fuera de un año anterior, uno nació en 1945, y el otro en el 46. El nuevo presidente fue elegido por su perfil económico, porque era la mejor opción para unos tiempos de crisis devastadora, y además le acompañaba una oratoria limpia y didáctica -los periodistas parlamentarios le han otorgado este año el premio Sabio por su arte de la palabra-. Se impuso sin más a la otra candidata, Mar Moreno, que era la preferida de Zapatero y del otro vicepresidente, Gaspar Zarrías.

 Sí, sencillo así visto, pero la sucesión se presentaba difícil. Manuel Chaves no es poca cosa, ni en Andalucía ni en el resto de España: gobernaba la Junta desde el año 1990, había conseguido el liderazgo en el PSOE andaluz en una agria disputa de años con los guerristas y, además, había logrado mantener el poder andaluz en Madrid. Siempre tuvo a sus hombres bien colocados en Ferraz, en el Congreso e, incluso, en el Gobierno. Chaves era el barón territorial más prestigiado del PSOE, aportaba más votos que Cataluña y, como presidente federal de su partido, constituía uno de los pocos nexos de unión entre los jóvenes de Zapatero y los viejos socialistas. Chaves no estaba cuestionado, y sus decisiones, aunque lentas, eran acatadas sin discusión.

Pero su propio éxito  -seis legislaturas invicto- y la crisis económica formaban un binomio que aconsejaban una salida. Se esperaba para antes de 2012, peor no en 2009.

La mayor parte de las encuestas publicadas con motivo del 28 de febrero daba cuenta del cansancio del electorado con Manuel Chaves, aunque su contrincante, Javier Arenas, también era percibido como un político perenne. Otro tipo de sondeos, como los del Instituto de Estudios Sociales de Andalucía (IESA), también constataban ese cansancio "si se cruzaban bien los datos", tal como apuntó a este medio uno de los sociólogos que mejor conocen la realidad política andaluza.

Zapatero abrió la puerta, y le propuso a Chaves incorporarse a su Gobierno en una primera llamada que se produjo en la segunda semana de marzo. Chaves aceptó, y se lo comunicó a Luis Pizarro y a Gaspar Zarrías. Griñán se resistió, y según ha contado una de las personas que estuvo en las negociaciones de aquellos días, un sms que recibió de una persona muy cercana a Manuel Chaves - su esposa, Antonia Iborra-, fue determinante para aceptar la proposición que le hacía quien, al fin al cabo, era uno de sus mejores amigos.

Manos libres

El elegido impuso dos condiciones: el apoyo de su partido y manos libres para nombrar a su  primer Gobierno. A muchos parlamentarios, de los que hoy están en el lado reformista, aupando a Griñán dentro del partido, les extraño entonces que hubiera tan pocos cambios en ese primer Ejecutivo. Carmen Martínez Aguayo (consejera de Economía) y Antonio Ávila (Presidencia) provenían de su equipo anterior; incorporó a Luis Pizarro, que ya no pudo dedicarse por entero al partido, y fichó a Rosa Aguilar. Además tuvo un gesto con su supuesta contrincante, Mar Moreno, a la que encargó la Consejería de Educación, y  puso en Justicia a Begoña Álvarez, una persona de perfil muy técnico, como el propio departamento. Pero su idea de reformar la Junta, reducir el número de consejerías y de potenciar la administración provincial la dejó, sin embargo, para  más tarde.  

 Hay una opinión mayoritaria en el PSOE de que el equipo de Griñán necesita mejorar la comunicación, pero este problema no reside en el portavoz, Manuel Pérez Yruela, o en su oficina. O no sólo en ellos. Esa versión forma parte del análisis simplista de culpar a la comunicación de los fallos de un Ejecutivo. Lo que ocurre es como si en la Casa Rosa no hubieran acertado en el  reparto de papeles. No hay un policía malo, que atice y responda a la oposición, que esté las 24 horas de guardia; otro que planifique estrategias,  o que, al menos, si lo hay, que consiga marcar la agenda andaluza. Alguien como en su día fueron Alfredo Pérez Cano, Gaspar Zarrías o Juan Antonio Cortecero.

Además, hay quien se ha encargado en el PSOE de ventear divisiones dentro del Ejecutivo andaluz. Hay pequeñas diferencias en el Consejo  de Gobierno que se han amplificado hasta parecer que había tres bloques de consejeros: los alineados con Luis Pizarro, los del equipo de Griñán y los que no se enteraban. Es cierto que ha habido divergencias, pero también quien pretende intoxicar a base de aspirinas. Las matizaciones que la consejera de Medio Ambiente, Cinta Castillo, quiso hacer a las competencias del plan del río Guadalquivir la convirtieron ante algunos ojos como una persona que bloqueaba contínuamente los Consejos a Griñán. También se ha dicho lo mismo de Luis Pizarro, y aunque en los ambientes cercanos al Ejecutivo y a la dirección socialista esta borrascas de medias verdades se conocía, nadie se ha encargado de despejarla.

Griñán es un hombre muy distinto a su antecesor. En cierto sentido, es la antítesis del político maquiavélico, no cultiva precisamente las enseñanzas de El arte de la prudencia de Baltasar Gracián. No tiene dobleces y carece de reparos a la hora de contar lo que realmente opina, lo que ya le ha acarreado algún problema. Ha dicho, por ejemplo, que la derecha está más movilizada que el Partido Socialista, y que éste tiende a hibernar entre elección y elección. Aunque por generación pudiera considerarse un personaje virtual de la foto de la tortilla -icono fundacional del PSOE andaluz-, Griñán es, en cierto modo, un  outsider de su partido. Una suerte de librepensador al que le gusta serlo y parecerlo.

Pero más que 2009, 2010 será el año de Griñán, el año en que, posiblemente, reforme su Gobierno, pero en el que deberá adelantarse al eco que el descrédito de Zapatero esté provocando en Andalucía y que puede visualizarse en las elecciones locales.

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