suicidio | datos y análisis

La muerte tabú

  • Con unas cifras de fallecidos que doblan a las víctimas de tráfico, el suicidio sigue siendo un tema a ocultar

  • A nivel andaluz, Jaén y Sevilla se sitúan en los extremos de la estadística

Hasta un 40% de las familias afectadas niegan que uno de sus miembros se haya suicidado.

Hasta un 40% de las familias afectadas niegan que uno de sus miembros se haya suicidado. / Miguel Guillén

Tótem y tabú. Lo sagrado y lo prohibido. ¿A quién no se enterraba en suelo sagrado? A lo que era abominable a los ojos de Dios: esto es, a nuestros ojos. A los herejes. A los homicidas, a quien rompía las reglas básicas de convivencia. También a los niños no bautizados, aunque ellos pasaran al “limbo” –la tasa de mortalidad infantil a lo largo de la historia ha sido, en efecto, abominable–. Y, por supuesto, a los suicidas. Fuera de mi vista. Fuera de la realidad. Tabú. De esto no se habla. Pero, sobre todo, el enterramiento fuera de sagrado ponía en evidencia la responsabilidad. Aquí están nuestras fallas: aquí descansan aquellos a los que no hemos podido conservar, quienes han necesitado convertirse en monstruos, los niños que han muerto sin apenas abrir los ojos. Aquellos que no han querido seguir a nuestro lado. “En la actualidad, decimos que el suicidio es un fracaso personal pero también es un fracaso social, igual que lo son otro tipo de violencias heterodigidas –afirma Andoni Anseán, psicólogo y presidente de la Sociedad Española de Suicidología–. Como sociedad, tendemos a remitir la muerte por suicidio al individuo: es una decisión personal, él sabrá, hay que respetarlo... Eso es un problema”.No queremos, no quiero, contemplar ese fracaso. Y, en parte, seguimos sin querer contemplarlo. En 2016, fallecieron por suicidio 3569 personas, 10 personas al día; una, cada dos horas y media. La cifra dobla a la de los fallecidos por accidentes de tráfico. Una realidad como esta debería bastar para alentar campañas anuales, planes de prevención, concienciación en medios. “No hay ninguna macroinvestigación que explique el porqué de todo este secretismo, pero obviamente, tiene que ver con cuestiones culturales –indica Andoni Anseán–. La muerte, en general, no es un tema mediático, y tampoco social. Tiende a ocultarse y, si ha sido autoprovocada, querámoslo o no, hay un cierto reproche moral. No es un tema que sea especialmente atractivo, ni para los medios de comunicación ni para la sociedad en general. Esto, unido a cierta cultura histórica, lo explica en gran medida”. El suicidio es un tema que los libros de estilo de muchos medios desaconsejan tratar. No sólo ellos, claro: la OMS advierte del tratamiento del tema en los medios de comunicación, alertando sobre el morbo, lo irrespetuoso. Mentar el suicidio es mentar la bicha, soplar sobre una cepa vírica. El “efecto Werther” –en honor al protohéroe romántico de Goethe– da nombre al fenómeno de de imitación que puede provocar un suicidio. Tiene mucho de verdad: se sabe que aquellos que hayan formado parte del círculo cercano de un suicida, tienen mayor riesgo de acabar con su vida. Pero hablar del suicidio, indica Anseán, no incita a hacerlo: este es uno de los principales mitos erróneos que rodean a estas muertes: “De hecho, abordadas de manera adecuada, las ideas suicidas pueden superarse –explica–. La OMS describe cuáles son las informaciones inadecuadas, pero también dice claramente que uno de los métodos de prevención más eficaces es la información adecuada en los medios”. La estadística subraya todas y cada una de estas palabras: en 2000, las muertes por accidentes de tráfico doblaban a los suicidios consumados. En 2007, ambas cifras se cruzan en el diagrama. A partir de ahí, el número de muertes en carretera no hace sino disminuir (hasta las 1890 víctimas) mientras que el de suicidios llega a aumentar (3569 frente a 3393). ¿Qué diferencia a ambas realidades? La concienciación social y la campañas continuadas. Otra de las mentiras asumidas respecto al suicidio es que, quien lo comete, quiere morir: “Nosotros no conocemos a ninguna persona que quiera morir –comenta Andoni Anseán–: lo que quieren es acabar con su sufrimiento. Cuanto menos sufrimiento experimente la persona, más lejos estará de la ideación suicida. Tenemos una responsabilidad respecto a este colectivo de la que no nos hacemos cargo: pensamos que esa violencia autodirigida empieza y acaba en la persona que la comete. No queremos ser partícipes”. La famosa “llamada de atención” es otro de los mitos bien establecidos: “Esa expresión lo único que hace es poner en evidencia los prejuicios de quien lo dice: se autoexculpa reprobando, juzgando –continúan desde la Sociedad Española de Suicidología–. Nosotros entendemos esas posibles señales, esas ‘amenazas’ o esos intentos, como una petición de ayuda que no se sabe expresar de otra manera”. Respecto a las posibles señales o signos, Andoni Anseán alerta de que “dependen mucho de cada persona. Lo importante –insiste– es anotar cualquier cambio significativo con respecto a la forma habitual de comportarse o de expresarse, que empiece a hacer cosas que no hacía... En pacientes depresivos, que estén contentos es una muestra de mejora. Pero en una persona de talante más melancólico, una euforia repentina puede alentarnos, porque lo que están viendo es lo que entienden por un consuelo cercano”. Y sí, es perfectamente posible la ocultación, incluso ante los propios especialistas: “De hecho, es una tendencia bastante común en personas muy mayores”. Otro mito: que la gente mayor no se suicida y que debe ser un fenómeno muy urbano, asociado a la soledad de las grandes ciudades. Nuevamente, contra mitología, estadística: Andalucía es la comunidad con mayor número de suicidas (el 18.7% de total), pero las mayores tasas las presentan Galicia (11,1) y Asturias (10,9): dos regiones fuertemente rurales, con una población bastante envejecida. La menor tasa a nivel estatal la registra Madrid (un 4,7 frente a una media del 7,5). “Los mayores presentan menos intentos, pero más letales: la resistencia física también cuenta, claro. Tienen siempre una planificación muy cuidada y dan pocas señales de que sus intenciones van por ahí –explica Anseán– . Superan en cinco o seis puntos a los más jóvenes, y hay muchos casos de personas que se suicidan pasados los cien años”. El “triángulo suicida” de Andalucía –el que forman Alcalá la Real, Priego de Córdoba e Iznájar– tiene un componente rural importante y el “efecto de imitación y aceptación es evidente”. La tasa de Alcalá la Real, por ejemplo, llegaba al 26,6. Para hacernos una idea, los países con mayor tasa de suicidios son Lituania (29,8) y Corea del Sur (28,7): “Los números en algunos países del Este o del Extremo Oriente son siempre elevados –indica Anseán–. En unos, el factor alcohol como detonante es muy importante; en otros, está imbricado en la cultura”. Según datos del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía, la comunidad andaluza presenta una tasa de suicidios del 7,95, un dato algo superior a la media española en el último año tasado (2016). La provincia de Cádiz (7,77) se acercaba más a la media nacional, mientras que Jaén (11,03) y Granada (9,27) ocupan el extremo superior de la estadística y Sevilla, con un 5,87, el inferior. El otro grupo de población que despierta preocupación en los especialistas son los adolescentes pero, sobre todo, por el tema de las autolesiones: “Cada vez en mayor número, se emplean las escarificaciones como ansiolítico, como un calmante. Conlleva un riesgo no sólo en sí mismo, ya que lo entendemos como un comportamiento protosuicida”. Otra de las creencias asumidas es pensar que es una práctica que abunda entre los creadores: “Es un prejuicio romántico, que le otorga al suicidio un aura elevada o intelectual –indica Anseán–. Por cada escritor que se suicida, hay un montón de albañiles que también, sólo que nadie se fija”. Y hay un pensamiento especialmente tóxico, el que elaboran los propios suicidas: ese “estarán mejor sin mí”. “Quienes pierden de esta forma a un ser querido afrontan mucha culpa, mucha incertidumbre, además del dolor. Tienen muchas preguntas sin responder y suelen ser los grandes olvidados de todo este drama –desarrolla Anseán–. No son pacientes ni familiares de pacientes. Es un duelo especialmente complejo, con muy poca ayuda por parte de terceros, pocas asociaciones: el sistema sanitario no está preparado para atenderles y hay mucho oscurantismo, mucha vergüenza; hasta un 40% de las familias afectadas ocultan que esa muerte ha sido un suicidio. Hay que asumir muy en serio que, en estos casos, una atención posventiva no deja de ser una opción preventiva”.

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