La Edad de Oro | Crítica

Pastora Galván y su trío de ases

Pastora Galván en un pasaje de 'La Edad de Oro, coreografiada por su hermano Israel

Pastora Galván en un pasaje de 'La Edad de Oro, coreografiada por su hermano Israel / Juan Carlos Muñoz

Los aficionados que se quejan en esta Bienal de que hay poco flamenco en los teatros tuvieron anoche una ración de auténtico lujo. Una velada sin palmeros ni percusiones ni cambios de vestuario ni nada que no fuera el cante, el baile y el toque durante más de hora y media. Un recital de los de toda la vida, desde que hay vida flamenca, pero con el sonido las luces y los artistas, grandes artistas, del siglo XXI. Este espectáculo, o mejor dicho este concepto o formato de espectáculo, se estrenó en 2005 en el Festival de Jerez, en una pequeña sala de la que salimos sobrecogidos. Sus protagonistas: el guitarrista Alfredo Lagos, el desaparecido cantaor Fernando Terremoto y el espada Israel Galván, cada uno con su arte y en buena conversación con los otros, destaparon el tarro de las esencias flamencas.

Tanto es así que el heterodoxo y cada vez más libertario Galván, entre experimento y experimento, volvía a él. 300 funciones tiene en su haber. Luego murió Terremoto -¡qué privilegio ver cómo le cantaba a Israel- y pasaron por este trío de ases nombres como David Lagos, Tomás de Perrate, Arcángel...Ahora Galván ha querido hacer una versión en femenino, con su hermana Pastora, bastante necesitada en los últimos tiempos de una buena dirección. A su lado quería tener a la hija de Fernando, la jovencísima María Terremoto pero, aunque aparece en el programa general de la Bienal, al final, no sabemos por qué motivo, ha sido sustituida por Miguel Ortega. Ninguna queja.En el escenario vacío, tres sillas y tres artistas de oscuro. Miguel Ortega, con corbata y con una voz que combina sin esfuerzo la potencia y la suavidad, desde que comenzó por pregones, el del Frutero, y luego el de los Caramelos, hasta las endiabladas bulerías del final, dio una lección de maestría. Aunque era imposible no acordarse de Terremoto, a quien Pastora homenajeó lanzándole un beso al cielo, brilló Ortega en la malagueña y en la caña de El Gallina y se entregó del todo en la seguiriya mientras Juan Requena, la gran guitarra de la noche, tuvo también sus momentos de lucimiento, como en la luminosa granaína que interpreta casi al final del largo espectáculo.

Cante, baile y guitarra tuvieron momentos de brillantez en el sencillo espectáculo

Junto a ellos, como cabeza de cartel pero no más importante, una Pastora Galván elegante con un traje de flecos de Salado (al que al final sacó a saludar) y bien peinada fue entrando y saliendo de la luz, que no de la escena.No hizo bailes completos sino que los fue fragmentando o haciendo pinceladas de un montón de ritmos, folkore incluido, y sus magníficas castañuelas. Temíamos que la coreografía de su hermano la hubiera llenado de aristas. Y hay mucho de Israel en ella, sobre todo en los cortes y los remates: su mano en la cabeza o cayendo lentamente como una hoja mecida por el viento, algunas poses... Pero pastora tiene un cuerpo sinuoso que no puede ocultar, y unas hermosas manos, y unas caderas que siguen a sus brazos cuando marcan, por no hablar de sus giros y de la fuerza de sus pies, anoche calzados con unos botines blancos que acaba quitándose para ser ella misma. Bailó muy bien Pastora, algo contenida pero sin dejar de ser ella. Aunque tuvo que pasar un tiempo antes de que sacara a Ortega al proscenio con un fandango sin micro, y antes de soltarse del todo en los tientos, y más tarde, en esos tangos de Triana que la convirtieron en reina. Una noche realmente flamenca.

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