Bienal de Flamenco

Mirando a 2014

  • El festival necesita estabilidad funcional y liberarse de la estrechez de miras.

Mucho se ha hablado en esta Bienal de la soleá del Pele, la que le cantó en el espectáculo inaugural del Alcázar a la bailaora Manuela Carrasco. El duende, el pellizco y todas esas pulsiones que tan caras se venden hoy en día se aunaron en su garganta y la que estaba llamada a ser la Bienal del baile comenzó encontrando su mejor acento en el cante. Luego llegaron las voces de José de la Tomasa en el Lope, Marina Heredia en el Maestranza, José Valencia y Tomás de Perrate en Santa Clara y El Torta y Agujetas en el Quintero para demostrar que, cuando otros grandes artistas prefieren abandonar la Bienal por recintos donde se les pagan mejores cachés, obviando a un festival que tanto impulsó sus carreras, otros sienten que una parte importante de la historia del flamenco se sigue escribiendo aquí. En Sevilla. Ni Poveda, que eligió presentar ArteSano en Utrera una semana antes, ni Estrella Morente, que apostó por Madrid para estrenar su disco, han querido encabezar el cartel del cante en esta Bienal. No parece justo por tanto adjudicarle a la directora de esta edición esa ausencia, máxime cuando los cachés que el festival sevillano ha podido pagar (cuando no se ha ofrecido ir a taquilla a los artistas) distan mucho de lo que el sector flamenco acostumbraba a recibir en los años de bonanzas.

Meses antes de que el festival alzara el telón el pasado 3 de septiembre, muchos responsables políticos y gestores culturales pensaban (y lo afirmaban abiertamente) que la Bienal corría un grave riesgo de no celebrarse. La complicada situación española, la indecisión municipal a la hora de dar un apoyo firme (y por tanto, económico) a un evento que presume de ser el más importante del mundo en su género y el más trascendental de los festivales sevillanos, la resistencia de la Junta de Andalucía a liberar partidas para una cita que apoyó generosamente cuando el gobierno local correspondía a sus mismas siglas, la falta de un equipo de producción estable y dedicado en exclusiva a este evento… hacía presagiar que la primera mujer que asumía la dirección de la Bienal, Rosalía Gómez, había aceptado una manzana envenenada.

Así que cualquier balance debe comenzar subrayando que la XVII Bienal se ha celebrado y ya es historia. Con la mitad de presupuesto que la anterior y con la gravísima pérdida de imagen exterior y proyección internacional que ha supuesto la retirada de la subvención que aportaba Turismo Andaluz, ahora en manos de Izquierda Unida. El Ayuntamiento, al que la respuesta del público y los resultados artísticos han acabado convenciendo de que la Bienal es uno de sus grandes ases culturales, ha mutado su timorata actitud inicial en entrega entusiasta (con el alcalde declarándose "camaronero" en la inauguración del nuevo auditorio Fibes, una de las pocas alegrías en infraestructuras culturales que nos ha dado esta legislatura) y ya ha anunciado que comienza a prepararse la edición de 2014.

Muchos retos deberá salvar la Bienal de Flamenco si no quiere naufragar antes de esa fecha. Necesita, en primer lugar, un consenso sobre su propia existencia que trascienda la estrechez de miras de los partidos e implique a instituciones diversas tanto como al sector privado, siguiendo los pasos trazados en esta edición por la Fundación Cruzcampo. Merece gozar de un trato preferente en el mapa cultural español, como sí ha logrado por ejemplo el Festival de Música y Danza de Granada, cuyo presupuesto la Junta de Andalucía ha seguido mimando tanto como el Gobierno central. Por desgracia, el Ministerio de Cultura acaba de retirar a la Bienal de Sevilla la subvención que tradicionalmente le concedía también en los años impares en los que no se celebraba.

También y tal vez más urgentemente la Bienal necesita estabilidad funcional. Tras el traslado al convento de Santa Clara de su sede administrativa, precisa de un equipo de profesionales de las artes escénicas, sobre todo de producción, que trabajen codo a codo con esos entregados funcionarios que al bajar el telón han de dedicarse a otras áreas bien diferentes.

No menos importante es que el cartel esté listo con mucha antelación para que se pueda vender en el extranjero, de donde suele proceder un alto porcentaje de su público. La Bienal debe aspirar, como logra el Festival de Jerez, a tener casi vendidos sus espectáculos antes de inaugurarse. Es importante por ello que se la vincule plenamente a la red de Institutos Cervantes y a la promoción exterior de la cultura española. El flashmob celebrado simultáneamente en Sevilla y diversas capitales de tres continentes ha demostrado la capacidad de atracción de este evento y ha supuesto una inmejorable publicidad amplificada por Twitter y Facebook.

Y es que las redes sociales han sido el mayor soporte publicitario de esta Bienal que apenas ha contado con banderolas, carteles, vallas o anuncios que la visibilizaran en su propia ciudad.

La Bienal es de todos. El consistorio tiene la obligación de defenderla, apoyarla y atraer hacia ella más recursos. Lo sucedido en estas cuatro semanas debería servir para sentar las bases de la Bienal del futuro y convocar a la mesa de debate a profesionales que la dirigieron y conocen desde dentro, como José Luis Ortiz Nuevo, Manuel Herrera, Domingo González o Ángela Mendaro.

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