Bienal de Flamenco

Al fin del mundo por la pureza del flamenco

Flamencolandia. Una aventura a compás. Compañía Anabel Veloso. Idea original y dirección artística y escénica: Anabel Veloso. Coreografía: Anabel Veloso, Alberto Ruiz, Rubén Olmo y Jesús Carmona. Baile: Anabel Veloso y Alberto Ruiz. Músicos: Javier Patino (guitarra), Naique Ponce (cante), Sergio Monroy (piano), Diego Villegas (flauta, saxo y armónica), Israel Katumba (percusiones). Lugar: Teatro Alameda. Fecha: Viernes, 26 de septiembre. Aforo: Lleno.

Anabel Veloso regresa un año más al Teatro Alameda y a la Bienal con el estreno de su último espectáculo para público familiar. Hay muy pocos trabajos flamencos para niños y la compañía almeriense es siempre un valor seguro.

Como sus piezas anteriores, Flamencolandia llama la atención por el cuidado y la perfección de su factura: proyecciones, sombras, un vistoso vestuario... El guión es bastante simple: dos bailaores han desaparecido y el Profesor Maravillario (el actor Francisco Caparrós) junto a un grupo de músicos, sale en su Globorácteo a buscarlos por el mundo antes de que su baile se fusione con otros ritmos del planeta. Un viaje lineal -sin sorpresas desde el punto de vista teatral- que va desde la India al fondo del mar, pasando por Rusia, África, Cuba y Oceanía, en cada una de cuyas etapas los bailaores (Anabel Veloso y Alberto Ruiz) nos obsequian con un ritmo flamenco, vestido y adornado -sin llegar a fusión alguna- con los colores y algunos sonidos de cada lugar. Con la generosidad que la caracteriza, sola o con su siempre solvente compañero, Veloso baila muchos ritmos (fandangos, soleá, guajira, alegrías...) con su baile estilizado y bonito que dejó embelesados a los más de 300 niños que llenaban la sala. Junto al baile, el otro gran aliciente de este montaje es el grupo de músicos, realmente de primera categoría, que además de poner una estupenda música al viaje, se convierten en simpáticos actores que amenizan con sus patosadas la travesía. Quién le iba a decir al guitarrista jerezano Javier Patino, o al sanluqueño Villegas, por no hablar de la cantaora, casi más suelta en su interpretación que en el cante, que iban a emprender este viaje colgados de un zepelín.

Los niños, termómetro incuestionable, se portaron como ángeles, lo cual quiere decir que el espectáculo funciona perfectamente. Pero, dado el altísimo nivel que ha ido alcanzado el teatro para niños en los últimos tiempos, se echa de menos una mayor riqueza en los contenidos y un poco más de enjundia en el tratamiento de los mismos.

Imágenes cedidas por el ICAS. Ayuntamiento de Sevilla.

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