Cultura

La sobriedad más exquisita

En la horma de sus zapatos. Isabel Bayón Compañía Flamenca. Baile: Isabel Bayón. Coreografías: Isabel Bayón, Fernando Romero, Rubén Olmo y Florencio Campo. Dirección: Florencio Campo. Composición musical y guitarras: Jesús Torres y Paco Arriaga. Cante: David Lagos y Londro. Percusión: José Carrasco. Lugar: Teatro Central. Fecha: Domingo, 3 de octubre. Aforo: Lleno.

A las once de la noche y en un teatro de poco más de 400 localidades -suponemos que habrá algún motivo para este absurdo- se estrenó el domingo el último trabajo de Isabel Bayón. En él, la sevillana deja de lado las grandes aventuras de otros años y, en consonancia con los tiempos, presenta un trabajo sencillo y sobrio en el que, ayudada por las guitarras de de Jesús Torres y Paco Arriaga, y por las voces jerezanas de David Lagos y Londro, es ella la que lo arriesga todo. Primero prestando su cuerpo -y su alma, sin duda- al talento de tres coreógrafos. Así Bayón, que es pura música, acepta el reto de Florencio Campo (también director de la pieza) y empieza a bailar en silencio, con ese ritmo interno que los flamencos van descubriendo poco a poco. Luego comienza la música y se oyen los versos de Miguel Hernández, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años. Un poema que se escribe en la pared, se interpreta y se canta en varias ocasiones, aunque no sea más que la excusa para que una madura y extraordinaria Isabel Bayón haga lo que mejor sabe: bailar sin cesar durante una hora y dejar al público con ganas de más.

De Fernando Romero es la sabrosa guajira -sobre música de Sabicas y Montoya- con que sale al escenario esa coquetería y esa sensualidad, tantas veces aletargada, de Isabel, mientras que, con música de Torres y Arriaga, la pieza creada para ella por Rubén Olmo es un auténtico disfrute. Qué decir de una artista capaz de bailar con cada parte de su cuerpo y cuya rigurosísima técnica -como decía La Argentina que tenía que ser-, le corre por debajo como un río subterráneo, dejando ver sólo las mil emociones que comunica el gozo de crear y de bailar.

En la segunda parte, Bayón recupera el timón y dedica cuatro bailes a tres grandes maestros, ligados de forma indisoluble a su vida y a su arte: Matilde Coral, por suerte aún jaleándola desde la grada, Mario Maya y Chano Lobato. Mientras se oyen sus voces grabadas, Isabel se convierte en la viva representante, en el siglo XXI, de la Escuela Sevillana que preconiza su maestra Coral, quien la enseñó, además, a bailar siete bailes seguidos sin que se le caiga una sola horquilla del moño. Así, bien vestida y bien acompañada, va pasando, suave y elegante, de la gracia a raudales de los tangos a las insinuaciones del garrotín (mimando incluso el sombrero inexistente); y de una flamenquísima serrana a unas cantiñas con bata de cola que dedica a Maya, tristemente desaparecido en un día lluvioso de Bienal, como el del estreno, a Lobato, que tantas veces le cantara desde niña, y a Matilde, siempre, con esa manera de caminar por el escenario que aún no habíamos visto en esta Bienal.

Siete bailes que constituyeron un único y generoso baile. Un continuo fluir de todo su cuerpo con el que construye tantos discursos como le apetece, moldeándolo a placer y con placer a través de los acentos, a veces pequeñísimos, y de la intensidad. Porque hoy por hoy, Isabel Bayón posee un vocabulario y una sabiduría flamencas casi infinitas.

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