Crítica de Cine

Charlotte contra el tiempo

El cine (especialmente el europeo) ha sido generoso con Charlotte Rampling, que en su madurez sigue trabajando y consiguiendo papeles a la medida de su elegante hermetismo y de su evolución física natural sin necesidad de apósitos ni cirugías. Y la Rampling se lo ha devuelto al cine en forma de trabajos excelentes (pienso en Hacia el Sur, 45 años o la más reciente El sentido de un final), de una entrega que, como en esta Hannah, puede llegar a ser extenuante en su sostenimiento casi absoluto de toda una película y, sobre todo, en su contención emocional al límite mismo de la implosión.

En Hannah interpreta a una mujer que vive el que parece el momento más crítico de su vida: un marido condenado a prisión, un hijo con el que no se habla (y que parece tener relación con el caso del padre), un trabajo como asistenta de hogar, apenas unas rutinas de ocio entre la piscina y un taller de teatro. Pallaoro pega su cámara a esta mujer rota, dura y estoica que lucha por mantener el pulso y la dignidad ante la (evidente) adversidad, pero no despeja ninguna duda sobre las circunstancias de esta decadencia, dejando que el misterio de los acontecimientos flote sobre una atmósfera fría e implacable.

Rampling brinda aquí un papel de contención emocional al límite mismo de la implosión

Rampling, que ganó una merecida Copa Volpi en Venecia por su interpretación, se convierte así en la absoluta protagonista, en un cuerpo sólido que soporta las circunstancias y traza los recorridos de una suerte de penitencia que sólo puede enjuagarse en privado, en sordina, tras las puertas.

Tal vez la cinta la asfixie demasiado, ya se sabe el prestigio del pesimismo y la desesperación, pero no se le podrá negar su coherencia en su inquebrantable apuesta por el hermetismo y la contención de principio a fin.

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