Opinión

Cineasta, mujer y madre… en vísperas de los Goya en Sevilla

  • La autora, Paola García-Costas, reflexiona sobre su trayectoria en el mundo del cine y su apuesta por la maternidad con un optimismo que trata de hacer llegar a otras mujeres 

Paola García-Costas, en el último festival de cine de Sevilla celebrado antes de la pandemia.

Paola García-Costas, en el último festival de cine de Sevilla celebrado antes de la pandemia. / M. G. (Sevilla)

Hace no tanto nacer en Sevilla y soñar con hacer películas era una fantasía inalcanzable. Había pasado toda mi adolescencia consumiendo la mayoría de mis fines de semanas con películas del videoclub e imaginando esos otros mundos posibles de Fellini, Tarkovsky, Almodóvar, Woody Allen o Itziar Bollain. Quería estudiar cine y aunque amaba mi ciudad tenía que marcharme. Cuando con 18 años tomé el tren a Barcelona para estudiar en la ESCAC, una de las escuelas de cine más importantes de España y de Europa, algo se abría para siempre en mi vida. Me llevé las 10 horas de trayecto en tren Sevilla-Barcelona, en aquel famoso Talgo, escuchando a Triana: “Sé de un lugar que es para ti, abre tu corazón, que hoy vengo a buscarte, amor”. Ese lugar era el cine, y tenía obligatoriamente que buscarlo a mil kilómetros de casa.

Por eso me conmueve que dos décadas después se celebre por segunda vez en Sevilla la gran fiesta del cine español, la gala de la XXXVII Premios Goya, el próximo 11 de febrero en el Palacio de Congresos y Exposiciones (FIBES) gracias la gestión de un Ayuntamiento que ha tenido claro que el séptimo arte es un valor en mayúsculas. Y no solo eso, sino que, ha repleto la ciudad de actos previos interesantísimos y “cabezones”. En esa gala, muchos de los que están nominados o se sentarán como académicos somos andaluces. Perdonen el “chovinismo”, pero aquí y, desde aquí para el extranjero, hay tantos profesionales que trabajan duro y en todas las categorías (dirección, guion, producción, fotografía, arte, vestuario, maquillaje, efectos especiales, banda sonora…) que es para, al menos, lucir autoestima.  

Paola García Costas, en una imagen de archivo. Paola García Costas, en una imagen de archivo.

Paola García Costas, en una imagen de archivo. / Belén Vargas (Sevilla)

Me marché con 18 años a Barcelona porque en Sevilla no podía estudiar cine. Estudié dirección de ficción durante cuatro años con el inmenso privilegio de tener como profesores a J. A. Bayona, Guillermo del Toro, Enrique Urbizu, Fernando Colomo o Patricia Ferreira. Aquella escuela era un reflejo de lo extraordinario y bello de este gremio, y también, de lo inmensamente vocacional y sacrificado. En la especialidad de dirección éramos quince jóvenes, solo tres chicas. A todos, al menos en aquel lugar, salvo un profesor algo misógino (que no nombro en este artículo), nos trataban, exigían y valoraban como a iguales. En aquella escuela no sentí que fuera diferente por ser mujer. Reflexionando con algunas compañeras sobre el techo de cristal, alguna vez he comentado que quizás por esa especie de “determinación” e “inconciencia” en la educación recibida, pude rodar decenas de cortometrajes, dirigir dos largometrajes documentales, Línea de Meta (2016) y Todos los Caminos (2019). En este último film además contar con el honor de que estuviera protagonizado por un generoso Dani Rovira, apoyado por su Fundación Ochotumbao junto con Clara Lago, con la canción original de Antonio Orozco (a quien también escuchaba en aquel primer tren a Barcelona años antes), y estrenado en más de 50 salas de cine a la vez, hecho insólito en el formato documental. He rodado en España, Francia, Italia y hasta en el Vaticano. ¡He conocido al papa Francisco!. “Adelante”, me dijo con ese acento argentino como si animara a su reconocido equipo de fútbol “San Lorenzo de Almagro”. Y adelante he seguido. Ahora estoy en el desarrollo de la que espero sea mi tercera película documental porque es sobre una persona muy auténtica con una historia vital que me fascina, y en paralelo, con calma, la escritura de la primera película de ficción junto a un compañero de esa primera juventud.

Paola García Costas, en una imagen de archivo. Paola García Costas, en una imagen de archivo.

Paola García Costas, en una imagen de archivo. / Belén Vargas (Sevilla)

Mis dos películas han sido coproducciones andaluzas con Madrid o Barcelona y, con una suerte de feliz convivencia entre profesionales de las diferentes regiones, con miembros como los montadores J. M. Moyano (Modelo 77) y Darío García (Rendir los Machos) o el compositor Pablo Cervantes (María Lejárrega), entre otras muchas personas que aprecio y admiro, y que nos veremos en la gala del próximo sábado. He tenido el honor de estar con mis películas en muchísimos festivales nacionales internacionales. En uno de ellos en Italia, se alojaba en la planta de arriba el actor Orlando Bloom (El señor del Anillos) y el escritor Alessandro Baricco (Seda), y mi proyección fue parada para que el ministro de defensa italiano de turno diera una charla con carabinieris flanqueando las puertas de la sala con sus armas. Era mi primera película y un gran festival. Me acompañaba mi madre, y recuerdo a un veterano director de cine francés decirme en inglés: “Levántate y vete, esto es inadmisible”. Hoy me hubiera levantado.

También, aunque me lo he tomado a “broma”, cuando he ido a recoger algún premio, como el de la Medalla del Círculo de Cinematográficos en Madrid, algún que otro apuesto director de cine me ha dicho con la mejor (o no) intención si era la novia de alguien o del equipo de producción. En otros eventos, la preguntaba podía ser si era si era la actriz y no la directora que venía a presentar la película. Afortunadamente hoy, aunque pasa es mucho menos, solo hay que ver las nominaciones de este año a los Goyas en todas las categorías para darse cuenta de que se va integrando con naturalidad en el imaginario colectivo películas hechas por mujeres y para el público en general.

La pregunta clave

¿Y qué ocurre si, además de ser madres de películas, queremos serlo de nuevos ciudadanos del mundo? El reto de ser madre. A mí me ha costado una década de reflexión intentar compatibilizar mi deseo profesional con mi deseo afectivo y permitirme ser madre con el mejor padre y compañero posible. Tiempo. Necesitamos tiempo. No sólo por nosotras, sobre todo, por nuestros hijos que como menores tienen el derecho a que se lo demos. Para mí ser madre es “lo más”. Suena cursi. Lo sé. Y la paradoja es que siendo “lo más”, como brillantemente relata el film nominado Cinco Lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa , hay mucho más detrás de la maternidad que no es ideal, aunque sea el amor más indescriptible que se pueda experimentar.

Ha querido la providencia que el sábado 4 de febrero, previo a la gala de los Goya, mientras se celebran los II Premios Carmen de la Academia de Cine de Andalucía en Almería, mi bebe esté cumpliendo un año. Así que iré a la gala de los Goya a la semana siguiente por primera vez siendo mamá. Lo era y lo soy de mis películas, y ahora también de un niño alegre y sano. El próximo 11 de febrero me sentaré a aplaudir a mis compañeros. Será un tiempo para celebrar el cine, felicitar a amigos, y encontrarnos en el entorno de la cultura más sublime y de la placentera frivolidad del glamour. Pero al día siguiente, sin maquillaje, daré gracias por revolcarme como una payasa por el césped con mi hijo, que me está enseñando más sobre audiencias y secuencias de cine que muchos de los libros que estudié. Porque él es vida, y el cine va sobre la vida.

Así que sí, se puede ser mamá y hacer películas. Como también se puede no serlo y hacerlas. Siempre será una decisión legítima de cada autora. Que lejos de encasillarnos, humildemente, creo que debemos ser tantas mujeres como nos dé la gana. Y si no que se lo pregunten a Sevilla, que siendo mujer su Giraldillo, lleva el nombre de un hombre, y la Catedral tan contenta. ¡Que viva la libertad del cine, que viva la libertad de las mujeres, que vivan los hombres buenos que en libertad aman a las mujeres y que viva la libertad cinematográfica celebrada en Sevilla!

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