Cultura

Débil segunda parte para justificar la tercera

Una imagen de la película.

Una imagen de la película. / D. S.

Los monstruos no mueren a causa de su naturaleza fantástica sino por necesidades de la industria. Drácula vuelve de la tumba, la momia de su sarcófago, Frankenstein de las mil formas en que se pretende destruirlo y Michel Myers lleva medio siglo sin morirse pese a las muchas muertes que creen haberle dado porque son mitos convertidos en franquicias -unos románticos, otros modernos- que rinden en taquilla. Nada nuevo del todo: la literatura popular ya lo hizo antes que el cine y a la vez que este nacía. Lo único que han cambiado son, además del paso de lo escrito a lo filmado, las cifras que su explotación procura.

Aquí tenemos a Myers regresando de su regreso, es decir, prolongando el éxito de su retorno en 2018 (La noche de Halloween), 40 años después de la entrega fundacional de John Carpenter (a la que siguieron del tirón siete más entre 1981 y 2002, más la provisional resurrección del tema por Rob Zombie en 2007 y 2009) de la mano de David Gordon Green, un director de amplia trayectoria en cine y televisión del que sólo me han interesado dos películas y media (Joe, Señor Manglehorn y Más fuerte que el destino).

Acertó Green en aquella puesta al día del clásico popular de Carpenter, pero al estirarlo en esta continuación se le ha ido la mano. Todo lo que en la anterior era una cierta contención -dentro de los límites del tema, por supuesto- aquí es desmadre, exageración, estiramiento, con algún acierto parcial resucitando -es un decir- personajes de la pieza fundacional y un cierto barniz sociológico de inmersión en una colectividad que, desquiciada por el miedo, se degrada en turba propensa al linchamiento. ¿Una América desquiciada? ¿La plebe asaltando el Capitolio?

Si ha querido, como sucede con tantas películas de terror que buscan las cartas de nobleza de las segundas lecturas, trazar paralelismos con algunas situaciones o miedos actuales, se le ha ido la mano. Le falta finura. Vamos, para entendernos, que esto no es M o Furia ni Green es Fritz Lang. Ni tan siquiera es el Penn puesto firme por el productor Spiegel de La jauría humana. Todo queda en una débil secuela de una buena idea que, por lo menos, cuenta -aunque menos que la anterior, porque parece estar cogiendo fuerzas para el ya anunciado desenlace que completará esta nueva trilogía- con la incombustible Jamie Lee Curtis. Un intermezzo entre la entrega anterior y la ya anunciada que parece existir solo como puente entre ellas.

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