Crítica de Cine

Duelos y quebrantos de Terry Gilliam

Jonathan Pryce encarna al Don Quijote de Terry Gilliam.

Jonathan Pryce encarna al Don Quijote de Terry Gilliam.

Es lógico sentir admiración y hasta pasión por los talentos de los grandes visionarios del cine como Méliès, Lang, Welles, Fellini, Kurosawa o Kubrick. Pero es absurdo intentar imitarlos. Aunque se tenga talento. Hasta genios como Woody Allen se estrellan cuando, más allá de digerir sus magisterios para incorporarlos a su propio universo creativo temático y formal, intentan ser Bergman (Interiores, Septiembre) o Fellini (Stardust Memories, A Roma con amor). Si no se tiene auténtico talento creativo para la dirección, el resultado es entonces patético por su resultado e irritante por su soberbia. Este es el caso de Terry Gilliam. Estupendo como parte de un grupo, se ha estrellado una y otra vez al actuar como solista, ignorando que sus talentos no son suficientes para que su sola personalidad llene la pantalla.

Gillian ha funcionado muy bien como parte importante de los Monthy Python en televisión (Monty Python's Flying Circus) y en cine (casi siempre codirigiendo con Terry Jones entre 1975 y 1983), pero ha fracasado en solitario por un exceso de ambición surreal, expresionista y barroca que sus limitaciones creativas no podían satisfacer. Salvo en 12 monos y tal vez Brazil, su trayectoria desde 1985 ha sido tan decepcionante por sus resultados como irritante por sus pretensiones, ya se pierda por mundos fantásticos (Las aventuras del barón Munchausen, Tideland, El secreto de los hermanos Grimm, El imaginario del Dr. Parnassus) o más o menos reales (El rey pescador, Miedo y asco en Las Vegas). Todas horrorosas, sin más paliativos que alguna imagen poderosa hundida en una desmesura no inteligente (y si algo necesita control e inteligencia es la desmesura).

El hombre que mató a Don Quijote, película de accidentada realización interrumpida durante muchos años, es tal vez la peor de todas. Cine en el cine, problemas creativos de un director representados por la figura de otro director, autobiografía y exaltación del personaje más famoso de la literatura mundial, reflexión sobre la creación y los límites que se le imponen, un hombre sencillo que se cree don Quijote tras haberlo interpretado y un director de cine que se ha traicionado a sí mismo... Echen lo que quieran en este guiso porque todo lo admite, como los duelos y quebrantos manchegos que el hidalgo comía los sábados. La indigestión visual e intelectual que provoca esta película mal escrita, mal rodada, pobremente puesta en imágenes y mal interpretada es segura. Aunque suene antipático decirlo, los productores tenían razón al abandonar el proyecto.

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