Crítica de Cine

Nostalgia del cartón piedra

Penélope Cruz, en 'La reina de España'.

Penélope Cruz, en 'La reina de España'.

Hay muchas maneras de cargarse el cine español. Una de ellas, por ejemplo, es abandonar a su suerte a la Filmoteca Española, tal y como viene sucediendo bajo el mandato del PP. Otra es seguir haciendo y aplaudiendo películas como La reina de España, que encima aspira a rendir homenaje a la historia de nuestro cine en forma de comedia con pinceladas políticas sobre las condiciones de vida durante el franquismo.

Dieciocho años después, Trueba vuelve a reunir a la desquiciada troupe de La niña de tus ojos para intentar disimular sin fortuna un mismo argumento y unos mismos chistes (de maricas) trasladados a la España de los 50 y en el contexto de una de aquellas coproducciones que trajeron a los americanos a rodar en nuestros paisajes.

Ya sin la mirada de Azcona, Trueba es incapaz de articular distancia irónica alguna sobre aquel tiempo y sus circunstancias, lo que convierte su película en un mortecino viaje por los clichés y estereotipos que pretende parodiar, siempre bajo las formas de un academicismo neodigital más acartonado incluso que aquellas epopeyas sobre los Reyes Católicos que son aquí objeto de burla para salvar de la quema, en una operación de falseada nostalgia, a los grandes profesionales de nuestro cine.

Un Trueba desganado y complaciente se abandona a sus limitaciones como guionista y a unos intérpretes envejecidos (en el peor de los sentidos) que no dan ni siquiera la sensación de haberse divertido demasiado en el rodaje. En busca de su chiste final lanzado a la cara de Franco, La reina de España deviene así pura nostalgia del cartón piedra (la melancolía y el amor al cine son, me temo, otra cosa), un caro, estirado, acrítico y anacrónico filme que no sólo no toma distancia y vuelo sobre sí mismo sino que bien pudiera ser el producto más reaccionario y destructivo de cuantos ha firmado su director y, de paso, de toda la temporada del cine español.

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