Spiral: Saw | Crítica

Más Sade de parque temático

Chris Rock, en una escena de la película.

Chris Rock, en una escena de la película. / D. S.

La ya larga saga Saw -creada por James Wan en 2004- ha generado 975.400.000 dólares en todo el mundo con sus ocho entregas. Y aquí debería terminar esta crítica. Porque además la primera entrega fue presentada con éxito en el festival de cine presuntamente independiente Sundance y no ha dejado de tener algún reconocimiento crítico. Si suman dólares y reconocimiento toda palabra está de más. Los hechos son los hechos. Las antiguas alabanzas a la literatura y el cine de terror inteligente que privilegiaban las atmósferas a los sobresaltos, las alusiones a la mostración o el miedo al asco quedaron atrás.

Tan atrás como aquel 1960 en el que con Psicosis y El fotógrafo del pánico Hitchcock y Powell abrieron sendas nuevas ya desbrozadas por Laughton en 1955 con La noche del cazador. Después vinieron La noche de los muertos vivientes de Romero en 1968 y La matanza de Texas de Hooper en 1974. Lo demás, hasta hoy, es historia de la evolución del terror al gore y al slasher. En cuanto a la saga Saw, es algo así como Sade de centro comercial o parque temático.

En esta entrega que estira la cosa por delante se mezcla el cine de asco con el de parejas -aquí trío- de detectives veteranos y novatos, el sobresalto con un cierto humor, lo esperable de este "Sade para todos los públicos" con guiños a los universos abiertos entre 1991 y 1995 por Demme con El silencio de los corderos y Fincher con Seven. Hay guión, pero no ideas. Hay actores, y muy conocidos algunos, pero no interpretaciones. Hay director, el de la segunda, tercera y cuarta entrega de Saw además de churros como Abattoir o El convento, pero no cine. Aunque eso sí: nadie irá engañado a verla.

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