Crítica 'Al final del tunel'

Suspense sobre verosimilitud

Al final del túnel. Thriller, Argentina-España, 2016, 125 min. Dirección y guión: Rodrigo Grande. Fotografía: Félix Monti. Música: Lucio Godoy y Federico Jusid. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Clara Lago, Pablo Echarri, Federico Luppi, Javier Godino, Walter Donado.

La ventana indiscreta del maestro Hitchcock sigue siendo fuente de inspiración cinéfila más de 60 años después de su estreno. A las variaciones depalmianas, con especial empeño en Doble cuerpo, hay que sumar más recientemente el intento (fallido) de Nacho Vigalondo, que en Open Windows traducía al nuevo paradigma digital y voyeurista aquella clásica intriga sobre la mirada (y el dispositivo) como vector para la creación del suspense más efectivo.

Desde Argentina, con coproducción española, Al final del túnel vuelve a remezclar muchos elementos de aquella obra maestra (el protagonista inmovilizado en silla de ruedas, una casa como único espacio para la acción, la planificación de un robo espiada a través de micrófonos y cámaras ocultas, una historia de amor y redención, el desfase entre lo que sabe el espectador y lo que saben los antagonistas, etcétera) para proponerse como un efectivo y por momentos electrizante thriller que Rodrigo Grande (Cuestión de principios) consigue manejar con pulso y solidez incluso sobre la acumulación de excesos y licencias de verosimilitud en los que en ocasiones descansa la progresión de su trama, bien atada desde un guión de manual clásico que firma él mismo.

La clave de ese dominio pasa precisamente por insuflar al estilo otra dosis de exceso manierista que permite atrapar al espectador por el cuello y llevarlo por su laberinto de túneles, acciones paralelas, tensión y previsible duelo final con un amplio abanico de recursos fílmicos y sin que el ritmo y las expectativas desfallezcan.

Un último tramo en tono grotesco y violento, con la aparición de Federico Luppi en un registro casi de dibujo animado, cierra el filme con una nueva vuelta de tuerca cuando parecía que ya no se podía exprimir más el artificio del suspense. No es poca cosa.

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