'A la sombra de Kennedy' | Crítica

Grotesco Woody Harrelson plastificado

Woody Harrelson, un error de 'casting'.

Woody Harrelson, un error de 'casting'.

¿A quién se le ha ocurrido que Woody Harrelson -un actor limitado y tosco de larguísima filmografía como secundario y pocos títulos de relieve como intérprete- podía ser un convincente Lyndon Bines Johnson? Sin maquillar hubiera podido pasar por uno de sus guardaespaldas y sobrecargado de maquillaje -que es como en la película se presenta- es sencillamente grotesco. Un cabezudo de verbena, un mascarón, una figura de cera poco lograda, un mutante… Lo que ustedes quieran menos una representación creíble. Flanqueado además por un JFK y un Bob Kennedy que parecen muñequitos de plástico. El estupendo Anthony Hopkins del Nixon de Oliver Stone convencía por su interpretación poderosa, no por su parecido con el presidente.

El problema no es que Harrelson se parezca a Johnson como un guisante a una patata, sino que han plastificado al guisante. Esta figura grotesca arruina una película insincera que huele demasiado a apuntarse sin convicción ni talento al filón inaugurado por Stone (JFK y Nixon) y proseguido por muy buenas películas presidenciales como 13 días, El desafío: Frost contra Nixon, Bobby, Lincoln o Los archivos del Pentágono.

El guión del casi debutante Joey Hartstone es torpe al centrarse facilonamente en el funesto 22 de noviembre de 1963 del asesinato de Kennedy para ir contando la historia de Johnson a través de flashbacks. La dirección del veterano y muchas veces artesanalmente fiable Rob Reiner (autor en sus mejores momentos de dos muy buenas adaptaciones de Stephen King -Cuenta conmigo y Misery- y de comedias amables como Cuando Harry encontró a Sally) es desoladoramente plana. Pero, hay que insistir, por buenos que fueran el guión y la dirección, Harrelson plastificado se los cargaría. Ha tardado dos años en llegar. Podría habérselo ahorrado.

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