Crítica 'Regresión'

La bolita del misterio

regresión. Thriller, España, 2015, 106 min. Dirección y guión: Alejandro Amenábar. Fotografía: Daniel Aranyó. Música: Roque Baños. Intérpretes: Ethan Hawke, Emma Watson, Aaron Ashmore, Devon Bostick, David Thewlis, Dale Dickey. 

Amenábar es ya más que un mero director de cine, el más laureado y exitoso de su generación. Su nombre es una marca, un "conjunto vacío" rellenable al gusto del consumidor, en palabras de un malicioso colega, capaz de transfigurar su "artesanía" de vocación popular ("mis películas no van destinadas a la crítica, sino a la gente", ha declarado) del thriller al melodrama galaico, del terror gótico al peplum, sin que se note ni traspase, siempre avalado por el "oficio", la "buena factura", el "pulso narrativo" y demás clichés sin demasiada sustancia que han acompañado siempre los textos de sus numerosos partidarios y exégetas.

Su impecable imagen pública y cada una de sus películas, la poderosa y apabullante maquinaria mediática que lo ha acompañado y protegido desde hace década y media, han marcado el camino dorado de un cine español de intachable corrección política y ambición desacomplejada cuya identidad (cultural) se diluye hoy más que nunca en las formas, temas y géneros de un modelo de producción televisivo y transnacional que casualmente se parece mucho a (todo) el cine norteamericano de las dos últimas décadas.

Después de los vuelos históricos y las lecciones morales para el presente (sic) de Ágora, Regresión se nos vende como un "regreso a los orígenes", a los mecanismos del thriller de cámara, el suspense y el terror de Tesis, un comeback envuelto en unos tonos grisáceos y azulados, con un reparto estelar (Hawke, Watson) y pertinentemente situado en ese no-lugar cinematográfico por excelencia que es el interior norteamericano, Minessota para más señas, visualizado aquí a partir de una nutrida colección de estampas nocturnas y lluviosas que remiten a la fotografía de Gregory Crewdson.

Hasta allí acudimos para asistir a un nuevo trile narrativo a costa de las sectas satánicas y la "esencia del mal" (sic) en el que se ponen de manifiesto todas las carencias del Aménabar guionista, que se parapeta tras los "hechos reales" y la distancia temporal (1990) para seguir jugando a esconder la bolita del misterio a costa de las regresiones psíquicas (sic), las pesadillas, los falsos testimonios visualizados y demás estrategias de despiste ideadas para hacer creer a su espectador que es casi tan inteligente como el propio demiurgo. Y todo ello sin renunciar además a los mensajes sobre el funcionamiento del fanatismo y la construcción de la realidad.

Los problemas aumentan cuando este débil, repetitivo y confuso entramado no encuentra además un tempo o una tensión en la puesta en escena que lo disimule, tampoco a unos actores capaces de verbalizar la puerilidad explicativa de los diálogos sin sufrir, por sobredosis, en el intento.

Tal vez consciente de su fracaso, Regresión lo termina fiando todo a su atmósfera de diseño y a los dudosos efectos de sugestión de una banda sonora aparatosa y muy pasada de volumen en la que Roque Baños tiene que hacer verdaderos esfuerzos para insuflar algo de densidad a lo que de otra manera se derrumbaría como un castillo de naipes.

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