'Corre como una chica' | Crítica

De lágrimas y caballos

El veterano Sam Neill participa en 'Corre como una chica'.

El veterano Sam Neill participa en 'Corre como una chica'.

Las carreras de caballos han dado al cine algunos títulos importantes. No muchos, pero de larga memoria lacrimógena –porque solían ser melodramas– entre quienes vivieron sus estrenos. Caso sobre todo de Fuego de juventud (National Velvet, 1944) de Clarence Brown, con lujoso reparto encabezado por Elizabeth Taylor, Mickey Rooney, Donald Crisp y Angela Lansbury. Casos recientes son Seabiscuit de Gary Ross, Dreamer de John Gatins o Secretariat de Randall Wallace.

No muy lejos de estos melodramas hípicos se sitúa esta modesta y amable película australiana. Una chica se entrena hasta lograr ser la primera mujer que gana la prestigiosa copa Melbourne. Puede sonar a empoderamiento, pero desde que Velvet Brown (Elizabeth Taylor) salvó del matadero a su caballo, lo entrenó y acabó montándolo en el Grand National disfrazada de hombre, el subgénero hípico ha privilegiado las protagonistas femeninas. La diferencia -importante, desde luego- es que la protagonista ahora no tiene que hacerse pasar por un hombre. Y no se limitan a su lucha –basada en hechos reales– los elementos dramáticos: las circunstancias familiares también añaden emoción.

Dirige sin correr riesgos la actriz reconvertida en directora Rachel Griffiths (la de la serie A dos metros bajo tierra y esa buena película que es En busca de Mr. Banks, en la que interpretaba a la tía de P. L. Travers que le inspiró el personaje de Mary Poppins). La interpretan con eficacia ese valor creciente que es Teresa Palmer y el siempre eficaz Sam Neill (a quien se le ha quedado irremediablemente rostro jurásico).

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