Athena | Estreno en Netflix

¡Es la guerra!

El odio de Kassovitz, Los miserables de Ly, ahora Athena de Romain Gavras, hijo del veterano Costa-Gavras. Tres filmes franceses que han hecho de la banlieue multicultural una suerte de campo de batalla metafórico y literal para los debates contemporáneos sobre el legado post-colonial, la lucha de clases, el racismo, la guetificación o el estallido de la violencia y su represión como catarsis dramática para una realidad conflictiva.

Gavras (Nuestro día llegará, El mundo es tuyo) se sitúa en la nómina de los cineastas del virtuosismo con un arranque rodado (o simulado) en un único, larguísimo e impresionante plano-secuencia, un prodigio de movimiento de cámara, acción, dinamismo y coreografía de los elementos que nos mete literalmente en las entrañas laberínticas de su drama bélico: de la comisaría donde se anuncia la muerte de un adolescente de origen árabe al barrio donde se atrincheran los jóvenes rebeldes después de asaltarla, Athena se despliega como un orgánico tour de force para el asombro del ojo y el oído.

La necesaria calma tarda en llegar pero llega. Se asientan entonces la trama mínima, los personajes, los caracteres, la rabia, los conflictos éticos y morales: hermanos de una misma familia enfrentados y empujados a ambos lados de la ley, líderes de una guerra abierta entre el orden y el caos, seres sufrientes y desgarrados entre el duelo, las barricadas y el fuego cruzado de lo que se visualiza como un Apocalipsis distópico. Athena se abre así a su sustrato de tragedia clásica (entre músicas constantes con coros griegos), universal y políticamente vigente para volver a tomar impulso para su escalada final, ya sin freno, de destrucción y catarsis.