Chavalas | Crítica

El barrio como decorado

Las cuatro amigas protagonistas de 'Chavalas'.

Las cuatro amigas protagonistas de 'Chavalas'.

Se le notan demasiado pronto las costuras y las intenciones, también el previsible desarrollo, a esta Chavalas que tiene más que ver, para entendernos, con Barrio de León de Aranoa que con Niñas de Pilar Palomero, a saber, un filme deudor de aquel realismo costumbrista y apretado en la escritura que aspira a captar la crisis generacional y de clase, la dialéctica entre el vuelo libre y el apego a las raíces, de la mano de una joven fotógrafa (Vicky Luengo, la han visto, mucho mejor dirigida, en Antidisturbios) que se ve obligada a regresar con cierta vergüenza al barrio popular del que procede (Cornellá, Barcelona) después de ver cómo se truncan sus ilusiones urbanas.

Unas costuras que asoman a través de un guion demasiado trazado y una puesta en escena que juega siempre en contra de la propia esencia del filme en su reivindicación de lo auténtico (de la amistad femenina a la tipología y la fisiología del barrio, pasando por la fotografía de lo cotidiano como redención artística), con unas formas algo escleróticas y televisivas (los padres, la presencia de José Mota) que desvirtúan esa supuesta verdad no impostada ni pretenciosa que se esconde en las sencillas gentes de la periferia.

Quedan al menos algunos destellos de interés en el retrato coral de esas amigas de la infancia empoderadas en un feminismo no filtrado por teorías ni nuevas olas, amigas a las que Carolina Yuste, Elisabet Casanovas y Àngela Cervantes prestan un creíble desparpajo entre las ataduras del guion y sus partes dialogadas. A la postre, Chavalas resulta demasiado aseada, esquemática y limpia para hablar de realidades complejas que, además, tal vez queden ya un poco lejanas en el tiempo.