Descarrilados | Crítica

Interrail de photoshop

Julián López, Arturo Valls y Ernesto Sevilla, amiguetes de Interrail en 'Descarrilados'.

Julián López, Arturo Valls y Ernesto Sevilla, amiguetes de Interrail en 'Descarrilados'.

Ya es casualidad (o falta de ideas) que las dos grandes apuestas comerciales del cine español para el verano de la quinta ola vengan en clave de comedia ferroviaria. Allí donde A todo tren. Destino Asturias, de Santiago Segura, pulsa las teclas del humor blanco, inofensivo y familiar, Descarrilados apuesta por el humor gamberro de colegas y la celebración de la masculinidad fracasada y nostálgica en su recreación de un Interrail protagonizado por tres amigos en plena crisis de los cuarenta (López, Valls, Sevilla) que han de rememorar el viaje truncado de juventud como condición para poder trincar la herencia que les deja un cuarto en discordia.

Lanzada al trayecto entre capitales europeas de chroma-key digital y planos-pegote de archivo, Descarrilados se empantana empero hasta la extenuación en su tosca concepción de la comedia verbal (a cada personaje su tono desagradable, con Sevilla al frente del rol escatológico-nerd), en su nulo sentido del ritmo y la progresión narrativa, en sus gags aislados, contados (del momento pinball al encuentro con la familia de gitanos rumana) o a costa de la actualidad (el incendio de Notre-Dame) y en una rancia concepción de la amistad machirula apenas redimida artificialmente por ese personaje femenino que los guionistas se empeñan en colocar en todas y cada una de las paradas del trayecto.