El año del descubrimiento | Festival de cine de Sevilla

¿Dónde estabas en el 92?

Una de las imágenes en pantalla partida de 'El año del descubrimiento'.

Una de las imágenes en pantalla partida de 'El año del descubrimiento'.

Tal vez la película española más importante de esta aciaga temporada con permiso de Almodóvar, El año del descubrimiento viaja a la España triunfal del 92 para dar cuenta de la cara B o el reverso igualmente real de aquellas fastuosas celebraciones olímpico-culturales que para cierta historiografía oficial marcaban el esplendor del felipismo y ponían el colofón dorado a la (Cultura de la) Transición. Una cara B que recuerda las huelgas, el asalto y la quema del parlamento autonómico murciano por parte de los trabajadores y damnificados del desmantelamiento industrial de la zona (Cartagena, La Unión) cursado con alevosía y nocturnidad mientras el país miraba embobado hacia Sevilla o Barcelona.

López Carrasco (El futuro, Aliens) convoca y reúne a algunos protagonistas (obreros y sindicalistas) de aquella historia y aquellas acciones violentas duramente reprimidas por la policía y parte la pantalla en dos para buscar o aislar detalles de expresión o ponerlos a dialogar con jóvenes igualmente azotados por la crisis de 2008, herederos de un mismo proceso de desclasamiento, y con las imágenes televisivas de aquellos días, estableciendo una vía de acercamiento documental a la historia y sus dinámicas cíclicas que se forja en la palabra, los rostros y los gestos sometidos a la cercanía del objetivo y el ruido y el humo de los bares como espacios para la liberación del pensamiento, los relatos personales e íntimos (algunos realmente estremecedores y emotivos) y la elocuencia del pueblo.

En la operación, que pasa también por la recreación de las texturas de la imagen pre-digital y sucia de aquellos días, se revela el enorme poder de la palabra (una palabra que es sobre todo habla, lenguaje, acento y tiempo) y el montaje como convocantes de acontecimientos, puentes y conceptos, una palabra enardecida, a veces contradictoria (fantástico ese tipo que se confiesa nostálgico del franquismo previas disculpas) o incluso onírica que deja escuchar y ver el pasado de un país y a unas nuevas generaciones que parecen haber perdido el orgullo de clase para contentarse con las migajas de la lucha y las reivindicaciones de sus padres.