En un muelle de Normandía | Crítica

La realidad mancha

Juliette Binoche en una imagen del filme de Carrère.

Juliette Binoche en una imagen del filme de Carrère.

En algún lugar entre el cine de Ken Loach y el de su compatriota Stephane Brizé (La ley del mercado), el segundo largometraje del gran escritor galo Emmanuel Carrère no parte ya de una obra propia, como fue el caso de La moustache (2004), crónica de la fuga de un hombre en crisis de identidad, sino de una novela-crónica de Flaurence Aubenas sobre una nueva fuga y reinvención, la de una escritora que, en su proceso de investigación para un nuevo libro, se borra en el anonimato para adentrarse en el mundo del trabajo precario femenino como limpiadora en la ciudad normanda de Caen.

Una Juliette Binoche desmaquillada incorpora a esta infiltrada convencida de que en su contacto de primera mano con la realidad será capaz de traducir más fielmente las condiciones en las que viven esas mujeres que madrugan cada día para ir a limpiar los ferris que llegan al puerto soportando un ritmo de trabajo agotador que las machaca física y psíquicamente. Un contacto que, más allá del proyecto documental, implicará el conocimiento y la empatía con ese pequeño grupo proletario y la intimidad, la confianza e incluso la amistad traducida en solidaridad de clase.

Carrère observa ese mundo con atención al detalle veraz, pulso físico y detenimiento en los tipos y personajes auténticos, muchos de ellos actores improvisados e intérpretes de sus propias vidas. Pero también es consciente de que esa mirada exterior y analítica no podrá nunca pertenecer a ese mundo una vez finalizado el proyecto. En un muelle de Normandía propone así un interesante giro reflexivo sobre los propios límites (éticos) del realismo social como género, cuestionando esa distancia de seguridad del observador-narrador que, aunque se manche puntualmente de mierda y se destroce la espalda, tiene la posibilidad de volver a su normalidad burguesa una vez acabado el experimento.

En el trayecto de revelación y fracaso, algunas estrategias se nos antojan algo burdas, especialmente la que destapa la infiltración a los ojos de una de las compañeras de tajo. También las entradas y salidas algo caprichosas de esa voz narrativa que guía el relato. Pero con todo, el filme de Carrère consigue un doble objetivo que le otorga cierto valor: señalar y mostrar sin efectismo las dinámicas perversas del trabajo precario y la vida proletaria, y destapar esa hipocresía e impostura del que lo mira, analiza y denuncia antes de regresar al cómodo refugio de la buena conciencia.