Esperando a Míster Bojangles | Crítica

Esperando a Wes Anderson

Virginie Efira y Romain Duris en una imagen del filme.

Virginie Efira y Romain Duris en una imagen del filme.

La gran Nina Simone popularizó la canción de Jerry Jeff Walker Mr. Bojangles que da título y suena constantemente en esta comedia francesa de aires sofisticados, adaptación de la novela de Olivier Bourdeaut, ambientada en la década de los sesenta aunque lejos de los modos nuevaoleros, no digamos ya del mayo del 68.  

Con una introducción en clave glamourosa y hithcockiana (Atrapa a un ladrón) en una fiesta en la Riviera donde se presentan a nuestros dos protagonistas, un seductor mentiroso y transformista (Romain Duris, en los huesos), y una mujer bella, elegante y algo locuela (radiante, como siempre, Virginie Efira), la cinta de Régis Roinsard (Populaire, Los traductores) despega primero hacia la comedia romántica clásica, flechazo y matrimonio exprés mediante, para avanzar en el tiempo siguiendo el juego de suplantaciones de la pareja, su relación con el mecenas que sostiene su modo de vida y la llegada de un hijo por encima de toda convención.

Hasta entonces, la película se despliega plegada al supuesto atractivo excéntrico de sus personajes, pero pronto aflorará el drama a través de la enfermedad y la locura, materiales que pedían a gritos un tratamiento algo más liberado e iconoclasta que el que Roinsard es capaz de ofrecer, ideal tal vez para un Wes Anderson que hubiera sublimado con el estilo los excesos y el aire caricaturesco del conjunto. Desafortunadamente no es así, lo que hace de Esperando a Míster Bojangles un filme plúmbeo, estirado y cargante cuando todo pedía una ligereza, un ritmo y un distanciamiento que no tiene.