La cima | Crítica

Alpinismo para sedentarios

Patricia López Arnaiz en una escena del filme.

Patricia López Arnaiz en una escena del filme.

La épica alpina insiste una y otra vez en trazar la figura del montañero como una suerte de último eremita en sus luchas y aspiraciones íntimas por alcanzar cimas de montañas como particular camino de conexión trascendental con el sentido de la vida.

Y a ella se suma también este título, ciertamente insólito en el cine de ficción nacional, que recrea sin demasiado disimulo la figura de una de nuestras mejores escaladoras, Edurne Pasabán, la única mujer que ha coronado los 14 ochomiles del planeta, modelo de referencia para una Patricia López Arnáiz en modo hosco que, en el campo base a las faldas del Annapurna, atraviesa una profunda crisis existencial mientras ve pasar los días y las ventiscas.

Pero el guion que co-escriben Cormenzana (Alegría tristeza), también director, y Nerea Castro, no se contenta, obviamente, con mostrárnosla en su particular y solitario laberinto depresivo, y la trama de esta Cima la cruza con otro alpinista (Javier Rey), también español, en pleno duelo y conocedor del repertorio pop de Xoel López (¡!), después de rescatarlo tras una caída. Lo que sigue responde al clásico esquema del roce que hace la empatía entre momentos de camaradería alpina, cuidados mutuos, liberaciones etílicas y nuevos intentos de escalada en los que se nota más de lo deseable la red de seguridad digital ante el vértigo de lo real.

Con todo, La cima funciona más y mejor hacia el interior de los personajes y sus respectivos fantasmas que hacia ese exterior nevado y esas cumbres siempre magnéticas que invitan a una última y agónica aventura de redención.