La hija oscura | Crítica

Madre de excedencia

Olivia Colman, nuevamente candidata al Oscar por su papel en 'La hija oscura'.

Olivia Colman, nuevamente candidata al Oscar por su papel en 'La hija oscura'.

He aquí otra de esas películas que llegan algo infladas por el entusiasmo crítico o quién sabe ya si por el funcionamiento del propio algoritmo, nueva locomotora (auto)promocional para todos esos títulos producidos por las plataformas que buscan su hueco de (viejo) prestigio entre el nuevo cine de autor comercial o las candidaturas al Oscar.

Basada en la novela de la exitosa Elena Ferrante, La hija oscura supone el debut de Maggie Gyllenghaal, que ya había probado suerte al otro lado de la cámara en algunos capítulos de la extraordinaria serie de David Simon The Deuce. Parapetada pues tras una obra literaria de cierta solidez, controversia sobre los roles de la feminidad y pegada emocional, Gyllenghaal sigue aquí a una mujer de una cierta edad (Olivia Colman, igualmente talentosa y oscarizable en su registro más antipático) en su periplo vacacional en la costa griega, una profesora que busca descanso pero que se encuentra de bruces con la molesta invasión de una realidad turística que activará el recuerdo de su experiencia de mala madre.  

La cosa funciona siempre mejor en la observación silenciosa, atenta, misteriosa y subjetiva de la primera parte, en ese terreno aún incierto e impresionista que va desvelando esquinadamente la personalidad y el conflicto interior de nuestra profesora al contacto con esa familia greco-norteamericana donde Dakota Johnson funciona como anzuelo de proyecciones y peligro latente. No lo hace ya tanto cuando decide viajar al pasado (con cambio de actriz, ahora Jessie Buckley) e ilustrar en flash-backs algo redundantes y discursivos la escalada de tensiones de pareja, las dudas, pasiones y razones que hicieron de ella una madre incapaz de soportar la carga de la crianza para salir pitando y apostar por su carrera profesional.

A la postre, Gyllenghaal se empeña en explicar y justificar demasiado a su personaje, como si no confiara del todo en nuestra capacidad para descifrar o entender las contradicciones y la herida interna por la que sangra, una imagen metafórica que, a la postre, termina apareciendo también de manera literal.