Libertad | Crítica

El verano del descubrimiento

María Morena y Nicolle García en una imagen del filme de Clara Roquet.

María Morena y Nicolle García en una imagen del filme de Clara Roquet.

Tras su presentación en la Semana de la Crítica de Cannes, el debut en el largo de la también guionista Clara Roquet (10.000 Km.) viene a conquistar ese sitio que en temporadas pasadas ocuparon Verano 1993, de Carla Simón, Viaje al cuarto de una madre, de Celia Rico, o Las niñas, de Pilar Palomero, un cine de mirada femenina e intimista que sintoniza con ciertas tendencias del último cine de autor independiente en su búsqueda de una voz personal dentro del formateado panorama nacional. 

En algún lugar entre los primeros filmes de Lucrecia Martel y Céline Sciamma, más leve y lejanamente entre Erice y Saura, Roquet relata aquí una prototípica historia de iniciación a través de la sensibilidad confusa de una adolescente de familia acomodada (María Morera) que pasa su veraneo en la casa en la costa catalana de su abuela enferma de Alzheimer (Vicky Peña). Roquet escruta con sigilo las miradas, detalles y gestos del descubrimiento del mundo adulto (casi siempre en segundo plano), también ese hastío y esos tiempos muertos propios de la edad y la estación destinados a cambiar con la aparición de nuevos personajes y revelaciones. Así, la llegada a la casa de Libertad (arrolladora Nicolle García), la hija también adolescente de la sirvienta colombiana, abre las inquietudes y el universo de Nora hacia la aventura y una autoconciencia que tienen que ver con la condición de clase y sus diferencias al tiempo en que va experimentando los primeros fogonazos del deseo, la amistad, la envidia y la decepción y tomando distancia sobre las dinámicas de su familia.

Un retrato que funciona siempre mejor en su superficie impresionista, sensorial y atmosférica o en ciertos gestos de puesta en escena que en los hilos y piezas de un guion al que se le notan a veces demasiado los elementos, tiempos e impulsos destinados a hacerlo avanzar. Con todo, Libertad es un filme más que meritorio en su cercanía al punto de vista del personaje, su paulatina maduración, sus contradicciones y repliegues, un filme que captura fielmente ese tiempo decisivo en el que se tiene plena conciencia de estar experimentando un proceso de cambio para atravesar la puerta del mundo adulto, también un filme en cierta forma político sobre esas garras (asimiladas y clasistas) de la burguesía que impiden la verdadera emancipación de la tribu.