Madres verdaderas | Crítica

Maternidad, melodrama y 'japonesidad'

Una imagen del último filme de la japonesa Naomi Kawase.

Una imagen del último filme de la japonesa Naomi Kawase.

Hace ya tiempo que Naomi Kawase (Shara, El bosque de luto) renunció a las principales señas de identidad de su mirada impresionista y sensorial y a sus temas de referencia (el nacimiento, la familia, la muerte, la herencia) por una suerte de auto-cliché preñado de japonesidad (ya saben, el mono no aware y un cierto sentido espiritual) que devuelve a sus imágenes estereotipos de exportación cultural para festivales y mercados de versión original donde antes había una auténtica modulación autobiográfica sublimada a través del estilo. 

Si a todo ello le añadimos una deriva narrativa cada vez más tendente al melodrama y un acercamiento a modos y asuntos propios de cierto anime adolescente, el resultado bien puede parecerse a esta Madres verdaderas que apenas araña la superficie de su temática universal, a saber, las distintas vertientes de la maternidad, ya sea biológica o cultural, a partir de la historia de una mujer madura que decide adoptar tras conocer la infertilidad de su esposo y la de la joven escolar prematuramente embarazada que le da a su bebé en adopción después de recibir la presión de su familia conservadora y poco comprensiva.

La película se desdobla así en ambos retratos y alterna tiempos para contextualizar y trazar a cada personaje y buscar la necesaria empatía con uno y con otro a través de un metraje excesivo, todo ello salpicado de estampas otoñales, puestas de sol a contraluz, cerezos en flor, cámaras lentas, pianos impresionistas y otros recursos manidos para evocar la melancolía de la pérdida y trazar el no menos inevitable camino de reencuentro, reconocimiento mutuo, perdón y redención.