McCurry, la búsqueda del color | Crítica

Rehabilitación de un fotógrafo cuestionado

Autor de una de las fotografías más icónicas del último tercio del siglo XX, la de aquella niña refugiada afgana de ojos azul turquesa que miraba fijamente a la cámara, emblema de ese nuevo humanismo con conciencia política difundido a través de los reportajes de revistas como Time o National Geographic, Steve McCurry (Filadelfia, 1950) ha visto como recientemente su prestigio se veía cuestionado tras conocerse su tendencia a utilizar herramientas digitales para alterar los colores, embellecer y manipular sus imágenes. El viejo debate sobre la ética del fotoperiodista se ponía de nuevo sobre la mesa en la era del Photoshop y la post-verdad, y el fotógrafo se defendía desmarcándose de ese colectivo para reivindicarse antes como artista y “narrador de historias visuales”.  

De este peliagudo asunto se habla un poco casi al final de este documental sobre su vida y su obra, un trabajo que sin duda busca una cierta rehabilitación de su figura y métodos y que toma su palabra y la de los suyos como discurso estético unívoco desde el que guiar su periplo desde finales de los años 70 por esos rincones lejanos del mundo, de Afganistán al Polo Norte, de los pozos de petróleo en llamas de Kuwait a Camboya, que ha hecho de su mirada, de sus niños, hombres y mujeres sufrientes, desplazados u olvidados, un modelo de éxito para la concepción y la persistencia de lo fotográfico en la era de la saturación de las imágenes.

Un documental ortodoxo y hasta cierto hagiográfico que busca en su tratamiento audiovisual amanerado un correlato con la textura y los tonos de las fotos de McCurry y que insiste demasiado en las cámaras lentas, las músicas suaves, los drones o los atardeceres como recursos para la emoción algo artificial de su planteamiento.