Una nueva mirada femenina se abre paso en los márgenes de la industria, una mirada interesada por la mujer (y sus edades) como protagonista y epicentro de los relatos, por materializar otras sensibilidades y puntos de vista lejos de los estereotipos y los clichés genéricos.
Es el caso de esta Nora de Lara Izagirre (Un otoño sin Berlín) que toma de la mano a una treintañera en plena crisis personal (muerte del abuelo, dudas sobre el futuro profesional, necesidad de tomar distancia con la familia) para emprender junto a ella y su viejo cuatro latas un viaje solitario por las carreteras secundarias y paisajes del País Vasco como camino de recuperación, reencuentro consigo misma y apertura al mundo en busca de respuestas a su zozobra.
Un asunto con ciertos ecos rohmerianos que no termina empero de coger la densidad deseada entre azares previsibles, encuentros casuales, amores furtivos y pasados y la contemplación del horizonte (con música) en una variante más bien amable e inofensiva del modelo filme-de-huida-y-redención.
También como en Chavalas, la historia se empeña en canalizar la crisis del personaje a través de la creatividad y el arte, cortesía de la propia protagonista Ane Pikaza, recurso algo elemental que conduce irremediablemente a la empatía liberadora cuando el filme también ha sabido retratarla por momentos en su condición antipática, hosca y encerrada en sí misma y sus contradicciones.