Onoda, 10.000 noches en la jungla | Crítica

Ni rendición ni gloria

Una imagen del filme de Arthur Harari basado en la historia real del teniente Hiro Onoda.

Una imagen del filme de Arthur Harari basado en la historia real del teniente Hiro Onoda.

Ganadora de dos premios (Guion y Especial del Jurado) en el pasado Festival de cine Europeo de Sevilla y aclamada por la crítica francesa más selecta como una de las mejores de 2021, la nueva película de Arthur Harari (Diamant noir) asume el reto del manejo de un gran arco temporal en su recreación ficcional de un episodio real acontecido durante la Segunda Guerra Mundial del que también se ha ocupado Werner Herzog en la novela El crepúsculo del mundo: la insólita historia del teniente japonés Hiro Onoda, que permaneció escondido durante tres décadas en la isla filipina de Lubang ajeno al fin de la contienda.

El joven Onoda, bala perdida en el convulso Japón nacionalista prebélico, fue recuperado para el servicio militar y el combate en una misión secreta en la isla y su jungla que le obligaba al cumplimiento riguroso del deber y a salvar la vida, asuntos que Harari convierte en nodales a la hora de explicar su obstinación al paso de los años junto con el cada vez más mermado grupo de soldados que lo acompañan.

Una narrativa determinada y de estirpe clásica acompasa así los tres periodos (1945-1946, 1969 y 1974) y varios episodios de esta particular lucha por la supervivencia en el terreno horadada por algunos flash-backs que ayudan a entender la psicología del personaje así como las dinámicas militares niponas de aquellos días. 

Onoda se abre pues a la escala humana e íntima, entre delirante y marcial, de su protagonista y el grupo, al día a día de la lucha contra los elementos naturales, la búsqueda de alimento, el estado de alerta constante o el litigio con los lugareños que acaban convirtiéndose en ese gran objetivo militar que ha perdido ya toda razón de ser una vez finalizada la contienda y firmada la rendición.

En cualquier caso, el filme no termina de materializar del todo la densidad existencial de Onoda, ese autoengaño que ha desembocar necesariamente en el vacío. Más dotado para narrar que para refinar los elementos formales o atmosféricos de su película, lastrados por una producción que se antoja limitada para la tarea, Harari se coloca en un lugar intermedio entre la empatía y la distancia como observador minucioso de un periplo de casi 30 años atravesado por el digno cambio de actores para las distintas edades de los personajes y unos puntuales estallidos de violencia que hacen avanzar el relato.

Tal vez sea al replegarse sobre su propia materia narrativa y temporal cuando el filme alcanza sus mejores momentos, en ese diálogo interno de Onoda con los fantasmas de los que fueron sus compañeros en una misión en la que la verdadera tragedia fue seguir vivos tan lejos de casa.