Oxígeno | Estreno en Netflix

Confinamiento existencial

Mélanie Laurent, protagonista absoluta de 'Oxígeno'.

Mélanie Laurent, protagonista absoluta de 'Oxígeno'.

En una de sus habituales boutades, Tarantino sancionaba Infierno bajo el agua, del francés afincado en Hollywood Alexandre Aja (Las colinas tienen ojos, Reflejos, Piraña 3D, Cuernos), como uno de los mejores títulos de la temporada pasada, un frenético filme de serie B a mayor gloria de una tormenta de dimensiones bíblicas como marco apocalíptico para la lucha familiar contra unos cocodrilos asesinos.

Apenas un año después, el director regresa a casa vía Netflix con este filme de cámara, ciencia-ficción y ambientación futurista para volver a demostrar que lo suyo son los tour de force sobre fórmulas probadas del cine de género. Un filme que, como Cube, Buried, Locke o la más reciente The guilty, asume el huis clos, un único personaje, la científica que interpreta Mélanie Laurent, y una voz en off como interlocutor y contraplano, como retos narrativos y de puesta en escena para sacar adelante un suspense de 100 minutos que, de paso, sea capaz de hablar del confinamiento, la pandemia, el amor o el destino de la humanidad.  

El guion de Christie LeBlanc juega astutamente con la incertidumbre del dónde, el cómo y el por qué para sostener el pulso entre la aturdida Laurent, recién despertada de su criogenización, y la voz de la Inteligencia Artificial a la que Matthieu Amalric presta una mecánica frialdad, un duelo de dosificación de datos y claves que se mantiene vivo mientras Aja mueve la cámara, despliega recuerdos y pesadillas y se acerca a un rostro en permanente estado de tensión en la cuenta atrás de los porcentajes de oxígeno para mantener la vida.

Como de costumbre en estos modelos tan apretados, los truquillos de guionista y cierta relajación del rigor inicial salen en ayuda asistida de un filme concebido como una scape-room y un thriller existencial, aunque no es menos cierto que, incluso en su deriva de revelaciones y pequeñas trampas, Oxígeno se mantiene sólida y siempre entretenida en su propio castillo de naipes. Las imágenes finales desde la distancia cósmica, tan previsibles como necesarias, le hacen justicia y contrapeso de escala a esa pequeña odisea de supervivencia, angustia y autoconocimiento de nuestra heroína.