Un amor intranquilo | Crítica

El litio y la vergüenza

Damien Bonnard y Leïla Bekhti en una imagen del filme de Lafosse.

Damien Bonnard y Leïla Bekhti en una imagen del filme de Lafosse.

Si hay hoy un cineasta que nos recuerda a Pialat, ese es el belga Joachim Lafosse (Perder la razón, Después de nosotros), director que ha hecho de la pareja, la familia, sus roces y tensiones el tema central y casi siempre doloroso de una filmografía que, desde aquella deslumbrante y trágica ópera prima Folie priveé a esta Un amor intranquilo, se declina como un constante juego de variaciones y permutaciones.

Tras un periplo irregular en tierra extraña (Los caballeros blancos, Continuar), Lafosse regresa aquí al triángulo esencial del padre, la madre y el hijo para instalar en su epicentro la enfermedad mental del primero, pintor de cierto éxito, como gran fuerza desestabilizadora de las relaciones y los afectos. Su dedicación incide además en ese viejo asunto de la mujer musa-compañera-cuidadora que tantas veces ha acompañado el retrato del artista ensimismado, aunque Lafosse sabe darle a cada personaje su tiempo, sus razones y su espacio para poner distancia sobre la perspectiva dual de su relato.

Con todo, el primer y largo tramo del filme aborda la escalada de una crisis psicótica observada desde la proximidad física y la energía de su protagonista antes que a la clásica dialéctica de la confrontación. Para la segunda, más breve, el foco se deposita ya sobre esa mujer-esposa-madre que casi ha abandonado su vida profesional para cuidar al hombre y al padre, para sostener ese pulso interminable en el que está en juego algo más que una mera separación, y donde el miedo o la amenaza de la muerte se han instalado también en el tablero de juego.

Sorprendentemente contenida teniendo en cuenta el material altamente inflamable con el que trabaja, Un amor intranquilo sostiene empero su indiscutible potencia dramática, su realismo fraguado en los detalles, las acciones y los gestos, gracias a la complicidad y el desgaste de dos actores, Damien Bonnard y Leïla Bekhti, que se dejan literalmente el aliento en dos personajes tan arrolladores como frágiles. Una vez más, da la sensación de que el mejor Lafosse emerge siempre cuando habla de lo que conoce bien, posiblemente de primera mano.