Destroyer, una mujer herida | Crítica

Las máscaras de Nicole

Nicole Kidman, encantada en su disfraz en 'Destroyer, una mujer herida'.

Nicole Kidman, encantada en su disfraz en 'Destroyer, una mujer herida'.

Poco lugar a la ambigüedad han dejado los distribuidores españoles de Destroyer, a la que han añadido “una mujer herida” como explícito subtítulo sobre la deriva emocional de su protagonista, una Nicole Kidman siempre encantada de conocerse y recrearse en su método bajo los apósitos, postizos y tratamientos capilares que la afeen lo justo para demostrar sus dotes camaleónicas y optar así a los premios de temporada.

La candidatura al Globo de Oro le debe haber sabido a poco a una actriz que parece necesitar el disfraz o el histrión para reivindicarse, aquí en la piel de una achacosa y atormentada policía de los barrios duros de Los Ángeles, madre separada con una hija adolescente problemática, en pleno proceso justiciero que la reconecta con un dramático episodio del pasado como agente infiltrada en el seno de una organización criminal.

Una mujer herida que va y viene entre dos tiempos intentando justificar sus erráticos y poco éticos actos, una maternidad desatendida y una oscuridad de carácter que Karyn Kusama, otrora especialista en retratos femeninos marginales (Girlfight, Jennifer’s body) y directora de la inquietante La invitación, filma con cierta tendencia al manierismo injustificado y, sobre todo, con un exceso de trascendencia que convierte cada escena en una suerte de tránsito sacrificial.

No contribuyen demasiado a la solidez del conjunto ciertas salidas de tono en clave de acción violenta, tampoco las trampas de guionista posmoderno que se guarda ases en la manga y cambia puntos de vista sin más propósito que el golpe de efecto.

A la postre, Destroyer no deja de ser un nuevo vehículo para el exclusivo (y limitado) lucimiento de una Kidman que, a falta de mejores directores y proyectos, parece contentarse con ser el centro de atención.