Reina de corazones | Crítica

Otra mujer culpable

Trine Dyrholm y Gustav Lindh en una imagen de 'Reina de corazones'.

Trine Dyrholm y Gustav Lindh en una imagen de 'Reina de corazones'.

De todos los posibles caminos para salir de su atolladero, Reina de corazones termina eligiendo siempre los peores, los más dramáticos y sensacionalistas, hasta el punto de sabotearse a sí misma en lo que, en principio, parecía apuntar a una declaración sobre la liberación sexual de la mujer madura y, de paso, de ciertas fronteras y tabúes sociales.

En su primera media hora, la cinta danesa de May el-Toukhy presenta a una pareja acomodada con dos hijas y al conflictivo hijo postadolescente del primer matrimonio del marido que viene a vivir con ellos temporalmente. El roce hace el cariño o el cariño el roce, como prefieran, y no tardará mucho en fraguarse una relación entre madrastra e hijastro filmada a mitad de camino entre las caricias publicitarias a contraluz y el soft porno para mayores de 18.

Desatado el conflicto, uno tal vez hubiera esperado algún quiebro o catarsis decente, una salida airosa y valiente que asumiera los riesgos corridos o afirmara un cierto gesto feminista, pero ni siquiera parece ser eso lo que interesa aquí. Más bien al contrario, la película se desbarranca por el terraplén de la mentira, el arrepentimiento y todas las previsibles consecuencias trágicas de una negación que, además, condena a cadena perpetua a nuestra protagonista, una Trine Dyrholm que termina replegando ese despertar del deseo y el cuerpo en la enésima escapatoria burguesa y conservadora. A la postre, Reina de corazones no deja de ser uno de esos elegantes y aseados telefilmes nórdicos de tema escabroso, morbo cobarde y repliegue moralista y punitivo.