El silencio de la ciudad blanca | Crítica

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Javier Rey y Belén Rueda en una imagen de 'El silencio de la ciudad blanca'.

Javier Rey y Belén Rueda en una imagen de 'El silencio de la ciudad blanca'.

En el País Vasco de este thriller no queda rastro alguno de los grisáceos años de plomo del terrorismo, la extorsión y el miedo. La novela policiaca de Eva García Sáenz de Urturi sirve de pretexto y coartada para este lavado de cara de toda realidad conflictiva para convertir el paisaje urbano y el rural tradicional en meros escenarios folclórico-monumentales para practicar el género de importación.

La nueva película de encargo de Daniel Calparsoro (El aviso, Cien años de perdón) muy alejado ya de la cruda marginalidad vasca y el aire punk de sus primeros largos (Salto al vacío, Pasajes), retrocede en el tiempo un par de décadas (con El silencio de los corderos o Seven como referencias) para urdir con más frenesí estilizado y atmosférico que verosimilitud una de esas historias de crímenes rituales, asesino en serie, secretos de la alta burguesía local, sospechosos múltiples, pistas falsas y sorpresa continua bañada en contraluces y filmada en el catálogo oficial de localizaciones de la film commission de turno.

Un casting recurrente (de Belén Rueda a una Aura Garrido que parece haberse escapado del personaje de El asesino de los caprichos, estrenada la pasada semana) para un no menos estereotipado puñado de personajes de cartón apuntala la cansina sensación de déjà vu de esta enésima producción de fórmula que cree ir siempre un paso por delante de su espectador cuando lo que hace realmente es tomarlo un poco por tonto.