Noticias del gran mundo | Crítica

Puro cine, gran y emocionante ‘western’

Helena Zengel y Tom Hanks, en 'Noticias del gran mundo'.

Helena Zengel y Tom Hanks, en 'Noticias del gran mundo'.

Por encima de las excelentes Domingo sangriento y Green Zone: distrito protegido, la estremecedora United 93, la correcta Capitán Philips y las eficaces El mito de Bourne, El ultimátum de Bourne y Jason Bourne, Noticias del gran mundo es, con diferencia, la mejor película de Paul Greengrass. Un extraordinario western que entronca con un motivo fundamental del género (baste recordar Centauros del desierto de Ford o La noche de los gigantes de Mulligan) en el que se injerta otro tema fundamental (baste recordar Compañeros mortales de Peckinpah o Valor de ley de Hathaway). Que en lo formal sigue el camino abierto por el refundador del género tras su extinción a principios de los años 70: el Eastwood que va de Infierno de cobardes en 1972 a Sin perdón en 1992. Y que debe no poco al extraordinario remake de Valor de ley de los Coen. Junto con ésta, El perdón de Winterbotton, Deuda de honor de Tommy Lee Jones y Los hermanos Sisters forma el quinteto de los mejores post-westerns del siglo XXI.

Un impresor arruinado por la Guerra de Secesión, en la que combatió, se gana la vida leyendo y comentando periódicos en las míseras aldeas y ciudades de un Oeste devastado. Encargado contra su voluntad de que devuelva a sus únicos parientes vivos una joven secuestrada por los indios tras asesinar a sus padres, paupérrimos emigrantes alemanes, criada como una más de ellos, emprende un largo viaje lleno de peligros.

El primer valor de la película es la recreación minuciosa de su complejo contexto: el Sur ocupado militarmente y humillado por el Norte tras la guerra, la despótica actitud de los yanquis, el racismo esclavista de los sureños, la proliferación de bandas de forajidos formadas por excombatientes, la lucha entre míseros colonos e indios desposeídos de sus tierras, los horrendos asentamientos de los últimos liquidadores de bisontes (un episodio que evoca la desgarrada La última caza, Brooks, 1956).

Su segundo valor es la construcción de los dos personajes principales –el narrador de historias y la niña– y su difícil relación que se va cargando de comprensión y ternura. Él es un tipo bondadoso pero amargado, ella se considera india y se encierra en sí misma tras la pérdida de sus dos familias, la alemana y la kiowa. Las extraordinarias interpretaciones de Tom Hanks en uno de los mejores trabajos de su larga carrera y de la jovencísima actriz alemana Helena Zengel los llenan de verdad y de vida. Tras ellos, una rica galería de personajes que va de brutales tipos desposeídos de toda humanidad a desdichados colonos perdidos en tierras agrestes o melancólicos supervivientes de muchas desdichas. Contra toda moda superficialmente pesimista, la película es un canto a la bondad de un tipo común que se ve impelido a convertirse en héroe por no haber perdido su humanidad.

Su tercer valor es su poderío visual –soberbia fotografía de Dariusz Wolski– tanto en los desolados, inmensos espacios abiertos como en la concentrada pobreza de las aldeas y nacientes ciudades. De la combinación de todos estos valores nace una gran película con cumbres de extraordinaria emoción: la expresión de la niña cuando recuerda una palabra alemana de su infancia, su visita a las ruinas de la casa en la que fue masacrada su primera familia, su mirada a una caravana india que representa el único grupo humano al que se siente vinculada, su forma de mirar a través de una ventana los grandes espacios abiertos anhelando su vida con la tribu (que me recordó una escena muy parecida de El pequeño salvaje de Truffaut). Más allá de las plataformas, puro cine.

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