El emperador de París | Crítica

Salvada por el gran Vincent Cassel

Vincent Cassel interpreta la asombrosa biografía de Vidocq.

Vincent Cassel interpreta la asombrosa biografía de Vidocq.

Eugène François Vidocq nació bajo el segundo año de reinado de Luis XVI y murió el quinto año del Segundo Imperio de Napoleón III. Es decir, nació en 1775 y murió en 1857. En esos años fue, en una de las biografías más novelescas que se conozcan, ladrón, soldado desertor, contrarrevolucionario por interés durante la Revolución, gigoló antes de que estos recibieran tal nombre, miembro de una banda criminal, contrabandista, pirata, muchas veces encarcelado y finalmente, ya bajo Napoleón, espía e informador al servicio de la policía de París con tan brillantes resultados que se le confió en 1812 la creación y dirección de la Sûreté Nationale –anticipándose a Scotland Yard, creada en 1829– desde la que, con métodos siempre sucios pero también pioneros de la moderna investigación criminal, se puso al servicio de todos los poderes que se fueron sucediendo en Francia hasta que en 1832 fue despedido, momento en el que abrió otro frente creando la primera agencia de detectives privados –20 años antes de la célebre agencia americana de Pinkerton– y escribiendo sus memorias y pioneras novelas criminales. Esta vida asombrosa inspiró, a la vez, los personajes de Jean Valjean y su perseguidor el inspector Javert, además del Auguste Dupin de Poe o el Vautrin de Balzac.

Un personaje así se merecía mejor película. El cine, lógicamente, lo ha cortejado desde 1909 dedicándole más de una docena de títulos y alguna serie televisiva. La película que hoy nos ocupa no se cuenta entre las mejores, aunque hay que reconocer que, salvo en la tan alejada de la realidad histórica como estupenda Escándalo en París (1946) de Douglas Sirk, el personaje ha tenido poca suerte en el cine (su última aparición –Vidocq, Pitof, 2001– fue mucho peor que esta).

Centrándose en su paso de criminal a informante y policía, Jean François Richet –autor del mal remake de Asalto a la comisaría del distrito 13, el díptico sobre el gánster Mesrine o la película de venganza sangrienta Blood Father interpretada por el adicto a la sangre Mel Gibson– se sirve de él para crear un espectáculo hueco de violencia enmarcado en una reconstrucción igualmente espectacular y hueca del París de la época.

Vincent Cassel está soberbio, porque este gran actor es capaz de sobreponerse a todo; Fabrice Luchini hace un excelente Fouché (el personaje que tantos conocimos a través de Zweig); Olga Kurilenko resulta una buena mujer fatal. Ellos y el resto del buen reparto, pero sobre todo el poderoso Cassel, rescatan esta película de la banalidad espectacular a la que las indecisiones de su guion y dirección –¿realismo o violencia posmoderna con aire de cómic?, ¿retrato o fresco de época?, ¿cine histórico trufado de folletín europeo o blockbuster americano?– la condenan.

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