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El extraño caso del Doctor Jekyll

  • El autor de la breve novela en la que se basan todas estas películas es Robert Louis Stevenson, que ya antes alcanzó un gran éxito editorial con 'La isla del tesoro', también llevada al cine.

Tendría yo unos diez años cuando mi padre tuvo la (infeliz) ocurrencia de llevarme a ver una película que, en mi elemental clasificación de géneros de aquellos tiempos, supuse, nada más empezar la proyección, que pertenecía a la categoría de 'las de miedo'. El recuerdo que conservo de aquella experiencia es ver como en un laboratorio repleto de cachivaches, un científico preparaba una especie de humeante 'medicina' que a pesar de su aspecto asqueroso al que, seguramente, también acompañarían un olor y un sabor nauseabundos, aquel hombre se lo tomaba -como aconsejan las madres- de un trago. El efecto del brebaje era sorprendente: su cara se transformaba y poco a poco la pantalla se llenaba de un ser monstruoso de mirada asesina que a mí, personalmente, me puso los pelos de punta. Ese hombre deforme salía por la noches, saltaba y brincaba como un animal y mataba a quien se le ponía por delante. Por mucho que mi padre me explicaba el concepto de 'la cuarta pared' (enfrente del monstruo que tanto miedo me daba, hay una cámara que rueda, un micrófono que recoge el sonido, el director, los iluminadores, los tramoyistas...), yo pasé unas cuantas noches en que no me podía dormir acordándome del siniestro personaje y temiendo que en cualquier momento... entrase por mi ventana.

Muchos años después supe que había sido El extraño caso del Dr. Jekyll (1941) aquella película que tantas pesadillas me había provocado en mi infancia. Producida por la Metro Goldwyn Mayer, fue dirigida por Víctor Fleming el mismo que, ironías del destino, se encargó de realizar una de las películas que vi siendo niño y de las que más grato recuerdo guardo: El mago de Oz. Spencer Tracy encarnaba a los personajes del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y como el gran actor que fue, apoyaba su metamorfosis en la espeluznante criatura más en la expresión maligna de su cara que en un muy poco acentuado maquillaje. Una joven, y todavía poco conocida, Lana Turner era Beatrizla recatada novia burguesa del Dr. Jekyll. Ingrid Bergman personificaba a la que, en cierta manera, era la antagonista de la anterior: Ivy, la camarera de un music-hall a la que maltrataba y esclavizaba la versión Hyde de Spencer Tracy. Al final intentaba violar a su novia, era perseguido y se refugiaba en su laboratorio, pero su amigo, el doctor Lanyon, que había presenciado una de sus metamorfosis, le delataba. El protagonista sufre una transformación delante de la policía que le abate de tres disparos, tras lo cual su cadáver recupera el aspecto del Dr. Jekyll.

Fleming elaboró unas visiones oníricas con aires freudianos para el proceso de transformación del personaje y así este se veía como un cochero conduciendo por el cielo a golpe de látigo un carro tirado por un caballo blanco y otro negro que se convertían en Beatriz (la rubia) e Ivy (la morena) respectivamente. Antes de esta película, el mismo tema había sido tratado repetidamente, desde Mournau con La cabeza de Jano (1920) hasta Mamoulian con El hombre y el monstruo (1932) y posteriormente a ella fueron muchas las veces que la misma historia fue llevada al cine. Doctor Jekyll y su hermana Hyde (1971) ofrece una versión transexual del mito; El profesor chiflado (1963) es una brillante parodia del mismo realizada por Jerry Lewis que da vida al feo y dentón profesor Julius Kelp que, merced a un bebedizo, se transforma en un juvenil y atractivo Buddy Love y en fecha más reciente (1999) en El club de la lucha, Brad Pitt y Edward Norton pueden ser comparados perfectamente con Jekyll y Hyde.

El autor de la breve novela en la que se basan todas estas películas fue el escritor escocés Robert Louis Stevenson, que ya antes había alcanzado un gran éxito editorial con otra novela que también ha sido con frecuencia adaptada al cine: La isla del tesoro. El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde constituye la formulación más famosa del trastorno de doble personalidad y produjo un gran impacto en su época por su originalidad y sus implicaciones morales. Al parecer, Stevenson, imaginó el relato oníricamente, en forma de pesadilla y lo escribió de un tirón en tres días. A su esposa Fanny no pareció gustarle mucho el resultado y tiró el manuscrito al fuego. Recogiendo las sugerencias de su mujer sobre como reflejar mejor la contraposición del bien y el mal, Stevenson volvió redactarlo de nuevo febrilmente en otros tres días y ese sería el texto que definitivamente aparecería publicado en 1886.

El mérito de la novela es que en ella confluyen varios géneros literarios: al mismo tiempo que un relato de intriga criminal, es también de terror y ciencia-ficción y, además, es una novela psicológica y una alegoría moral. Stevenson utiliza como vehículo de su narración al abogado que guarda el testamento de Jekyll (donde nombra heredero a Hyde) y el escritor solo relata lo que este ve, oye o lee. Este punto de vista unipersonal permite preservar el misterio de Mr. Hyde que parece ser una persona distinta del Dr. Jekyll al que de alguna manera parece dominar. Esta dualidad se clarifica pronto en las versiones cinematográficas (excepto en El club de la lucha), donde el espectador asiste desde el principio a la conversión del científico Jekyll en el maligno Hyde, descubriendo así la mejor baza de la novela, esto es, que ambos son la misma persona.

Lo cierto es que disfrute leyendo la novela casi en la misma medida que había sentido miedo viendo la película, un fenómeno que se volvería a repetir con la versión cinematográfica de un cuento de Edgar Allan Poe: El péndulo de la muerte, pero esa es ya otra historia.

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